Día 2: Howke y las inundaciones de 2000

  • En el segundo día de nuestra estancia en Rumbo al Sur visitamos uno de los proyectos de reasentamiento de las personas afectadas por las inundaciones de hace 7 años.
  • En el trayecto los chavales siguieron contándonos sus experiencias y protestando por la imagen que se vende en España de África.
  • Los aldeanos de Howke recibieron a los expedicionarios madrileños con los brazos abiertos y con cánticos y bailes.
Elvira, una de las mujeres reasentadas en la aldea de Howke después de las inundaciones de Mozambique de 2000, con uno de sus cinco hijos a la espalda.
Elvira, una de las mujeres reasentadas en la aldea de Howke después de las inundaciones de Mozambique de 2000, con uno de sus cinco hijos a la espalda.
IGNACIO GÓMEZ
Elvira, una de las mujeres reasentadas en la aldea de Howke después de las inundaciones de Mozambique de 2000, con uno de sus cinco hijos a la espalda.
El segundo día amaneció temprano, como siempre aquí en África y en la expedición de Rumbo al Sur.
La noche anterior la pasamos al raso, bajo una mosquitera por la que asomaba peligrosamente el saco a cada rato. Los chavales saludaron el nuevo día con sus ejercicios matinales de gimnasia (ver la foto), que a mí me recordaron a los que hacia diariamente en la mili, solo que con menos flexiones y sin la tradicional combinación de pantalón y camiseta verde aceituna. Los jóvenes expedicionarios de Rumbo al Sur se ejercitan al alba en la aldea de Howke.

Antes de pasar a desayunar, me tropecé con una pareja de chicas que recogía basura. "Un Nobel y un Malboro, ya sabemos a quien buscar", mascullaron nada mas recoger un par de colillas.

La expedición, dividida en nueve grupos, era este año en un 60% femenina, preponderancia que los jóvenes no me supieron explicar durante nuestra estancia (y que concordaba con los datos de un estudio que publicamos aquí hace no mucho); la hipótesis más utilizada, a falta de análisis más serios, era la de que "ellos son más pasotas y lo del trabajo (el texto que debían aceptar como requisito indispensable para ser aceptados) los echó para atrás".

Dar, pero no por pena

A la entrada del comedor nos aguardaba a todos sor Lucilia, una monja portuguesa que lleva 34 años de misionera en Mozambique.

Aleccionó a los chavales y a los que allí estábamos sobre las virtudes del apadrinamiento. Usó, como ejemplo, un caso del día anterior, una abuela que había ido al orfanato con su nieto, cuyos padres habían muerto de sida y al que ella, por motivos obvios de edad, ya no podía amamantar. "Tenía los pechos secos", nos dijo con voz grave, sobrecogiéndonos a los que allí escuchábamos de pie. Nos dio su dirección de correo y una pagina web y animó a coger un papelito del cesto que tenía junto a ella. Algunos dieron un paso al frente y lo cogieron, desenvolviéndolo cuidadosamente a continuación. En cada uno podían leerse los datos de un niño, uno de los trescientos que viven en condiciones precarias en las inmediaciones de orfanato.

Más tarde, después de otro largo viaje en autobús, y mientras caminábamos rumbo a la aldea de Howke bajo la solana del mediodía, pregunte a dos de las chicas si había cogido el papel y por que lo habían hecho. "Yo sí, aunque luego me arrepentí", me dijo Sandra, una madrileña de 17 anos que dudaba entre estudiar medicina y veterinaria, y que cuando le dijeron que la habían aceptado en Rumbo al Sur se decanto finalmente por medicina.

"Pensaba que era información general y que luego podríamos estudiarla y consultarla con nuestros padres. Me pareció que era un poco una encerrona". Clara, que caminaba a su lado, se mostró ligeramente más favorable al apadrinamiento: "Yo me lo llevaré a España y hablaré de ello con los amigos y la familia". Ambas me dejaron claro que, en cualquier caso, no eran todavía, y para su pesar, económicamente independientes.

De sus respuestas, se deducía que África y especialmente el intercambio de sueños e ideas con los compañeros les había despertado un lado refractario a todo tipo de adoctrinamiento, incluso aunque tuviera origen en el propósito más noble. "No se puede actuar sólo porque te den pena", me dijo con convencimiento una de ellas.

Cada día, ambos iban al colegio con un solo zapato
(Esta misma idea me la repitieron algunos otros de sus compañeros mientras estábamos allí. La versión más reveladora vino de una chica con la que intercambié unas palabras el último día. Me contó que
había aprendido qué era la verdadera generosidad -cuestión que le había suscitado muchas dudas a ella y a otros de sus compañeros durante su estancia en Mozambique - al preguntarle a una chica en una aldea que por que llevaba un solo zapato. La chica le dijo que porque sólo tenía un par y porque el otro zapato se lo dejaba a un amigo que no tenía ninguno. "Cada día, ambos iban al colegio con un solo zapato", me dijo la impresionada adolescente madrileña.)

Explorando Howke

Aproveché para preguntar a mis dos jóvenes acompañantes (sobre las que escribí un breve perfil en la edición impresa) acerca de su visión de África mientras caminamos rumbo a Howke. Ambas se mostraron contrarias a la imagen convencional que del continente negro ofrecen los medios y que se centra casi siempre en la pobreza. Tanto a Clara como a Sandra, lo que les impresionaba y les impresiona de verdad son, ante todo, los elementos positivos que menos suelen resaltarse del continente: la increíble generosidad de la gente, la fortaleza de la mujer ("que trabajan de sol a sol y con sus hijos cargados a la espalda"), la sonrisa de los niños...Clara y Sandra, dos de las expedicionarias de Rumbo al Sur, en la aldea de Howke.

La aldea de Howke es producto de las inundaciones que asolaron el sur del país en 2000. El Gobierno de Zimbawe se vio obligado por las lluvias a abrir las esclusas de sus presas y no avisó al gobierno mozambiqueño. Junto a otras muchas víctimas, doscientas cincuenta familias perdieron sus hogares en un canal cercano al desbordarse el río Linpopo.

Ése fue un punto de inflexión en la cooperación entre España y Mozambique; lo impactante de las imágenes desencadenó una oleada de simpatía hacia ese país y lo convirtió en el país del África subsahariana que más ayuda recibe anualmente de nuestro país, unos 25 millones de dólares, según me confesó un par de días después el embajador de España en Mozambique.

El proyecto, terminado en 2004, proporcionó una vivienda unifamiliar de tipo 2 (con dos habitaciones) y un terreno de una hectárea a cada 110 de las familias desplazadas (al resto se les asignó a otro proyecto). Además, para que no sintieran la inclinación natural de volver a sus antiguas tierras, se les dio un tractor, ayuda para un sistema de irrigación y financiación para empezar la actividad agrícola, y se construyo una escuela.

Hoy ya son autosuficientes y trabajan en régimen de cooperativa, como nos dijo Amalia Hernando, la portavoz en Mozambique de la Fundación CEAR, que es la que puso en marcha en proyecto, en el que la Comunidad de Madrid invirtió 150,000 euros.

Mientras estabamos en el pueblo, y mientras los chavales se mezclaban con los niños de la escuela de Howke (en la foto podéis ver a una mujer enseñando a Clara a bailar, ante la atenta mirada de Sandra), que nos recibieron cantando y bailando, logramos hablar con Elvira, una de las personas beneficiadas por el reasentamiento, que sujetaba a un niño de ocho meses (tiene cinco) y que accedió a enseñarnos su casa (foto), decorada con un gusto tan sencillo como exquisito. La casa de Elvira, en Howke.Del marido no había ni rastro. Como nos dijo Amalia en nuestra conversación anterior, es habitual que los maridos se vayan a trabajar a las minas de Suráfrica.

La austeridad de las casas, todas cerca la una de la otra, y la extrema aridez del terreno (las inundaciones dieron paso a una sequía que dura varios años), nos recordaron, tanto a los periodistas como a los muchachos, el larguísimo camino que esa gente tiene todavía por delante.

Los diarios de los chavales

La tarde no dio para mucho más, la pasamos encerrados en una de las aulas del colegio intentando escribir y sobre todo enviar (gracias al teléfono por satélite) algo, mientras los chavales se fueron con Amalia a conocer las zonas de siembra y de riego. Por la noche hicieron una fogata, y los monitores improvisaron una enorme cacerola de espaguetis para alimentar al grupo. Mientras terminaban de cocerse, algunos de los expedicionarios aprovecharon para actualizar sus diarios. Muchos de ellos (algunas de sus crónicas, repletas de asombro, frescura y espontaneidad, pueden leerse en la página de Rumbo al Sur) registraban día a día los acontecimientos de la jornada y las sensaciones que les producía África.

Una de las expedicionarias, que nos leyó algunos fragmentos días después, reflejó precisamente en una de sus entradas lo que experimentamos al acercarnos tras la cena, y ya de noche, a unas casas cercanas, que los lugareños habían reconvertido en tiendas-bar: la extraordinaria musicalidad de los africanos. Aunque clientes no había muchos, afuera se apiñaban docenas de niños que bailaban al ritmo de la música que salía del interior de las casas. Los bailes los solía protagonizar el adolescente o adolescentes de más edad, en torno al cual o los cuales se congregaba el resto.

Ese día, por tanto, lo acabamos, los adultos, con una cerveza en la mano, contagiosa música local y numerosos chavales que fueron rompiendo su timidez y rodeándonos con saludable curiosidad. Los jóvenes madrileños plegaron velas un poco antes, tras una conferencia en torno al fuego que les dio uno de los miembros del equipo de Telmo sobre la solidaridad y en la que arrancó partiendo de la etimología del término y describiendo la solidaridad más habitual hoy día, la que se circunscribe a dar sólo una parte de lo mucho que nos sobra, y que él, con buen criterio, calificó como "barata". Su mensaje, como veremos más adelante, caló firmemente entre su audiencia...

(Podéis leer el relato del resto de los días, junto al artículo de Rumbo al Sur que publicó la edición impresa y otro aparte sobre la vacuna de la malaria, en "enlaces relacionados")

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