
Paseando por la historia negra europea
Nada más dar el primer paso dentro del museo el visitante descubre una cabeza perfectamente conservada que perteneció a un vampiro que fue eliminado tal y como dicta el manual con el que comparte vitrina y gracias a una bala de plata, con una cruz y una inscripción grabada en su cuerpo. Claro que ésta no es la única cabeza que guarda el museo, la otra es la de la condesa Erzsebet Bathory, de Hungría, que asesinó a unas 650 jóvenes a las que desangró poco a poco para bañarse en su sangre en busca de la eterna juventud.
Los venenos y pócimas no podían faltar en un museo de brujería. De entre ellas destaca una botella de cristal donde se guarda un exótico licor. Un brebaje, venido de Italia, que curaría el reuma y sería el antídoto perfecto contra las mordeduras de serpientes. Y es que en su interior está sumergida una víbora que al ser ahoga en el recipiente lleno de alcohol habría dejado escapar su veneno convirtiendo el líquido en una pócima milagrosa.
Claro que para pócimas milagrosas las que los vendedores ambulantes anunciaban por los pueblos estafando a los parroquianos. Un ejemplo lo tenemos en gatos con dos cabezas o pájaros con cabeza de serpiente.
El itinerario lleva al visitante al sótano donde se guardan algunos de los utensilios y herramientas de las que se valieron durante siglos la Inquisición para hacer confesar a las pobres gentes crímenes y pecados que no habían cometido, por algo la sala se llama la Cueva de la Tortura.
La silla inquisidora, la guillotina y el potro de tortura son algunas de los inventos con los que se atemorizó a buena parte de los pobladores de aquella Europa. Una representación de un reo a punto de ser quemado y un taller de una bruja cierran la extensa colección del museo.
Un anticuario llamado el Señor Alessandro
Un anticuario llamado Señor Alessandro explica, gracias a las notas de su diario, de dónde provienen los objetos que se pueden contemplar, dando cumplido detalle de su lugar de proveniencia, sus supuestos poderes o las curiosidades que este coleccionista italiano creyó conveniente explicar.
Las piezas antes de llegar a Segovia se exponían de forma itinerante por Europa, habiendo pasado por países como Italia, Portugal, Holanda o Méjico hasta que los propietarios de la colección tomaron la decisión de convertir la capital segoviana en su sede permanente, dando así la oportunidad de poder pasear ante unas vitrinas cargadas de misterios.
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