Laurie Anderson lleva desde los primeros ochenta siendo un referente de la vanguardia musical americana, es decir, de la de todo el mundo.

Su música y sus historias quizá no hayan tenido un impacto tan masivo como los de los números uno de las listas de éxito, pero han sido fundamentales en determinados ambientes musicales: los más experimentales, los más arriesgados, esos extraños espacios en los que se solapan el mundo de la literatura (colaboró en varias ocasiones con William S. Burroughs), la música clásica, la contemporánea y lo más granado del pop y el rock.

Anoche demostró en Madrid con un excepcional concierto que sus más de 25 años en primera línea y sus 60 recién cumplidos no sólo no la han desgastado sino que han perfeccionado su propuesta musical y su forma de ponerla en escena.

El nuevo espectáculo que Anderson ha presentado en Europa se llama "Homeland" y aún no está editado en disco, lo que no impidió al público disfrutar de las canciones y de los "discursos" que la artista iba intercalando entre los tramos más musicales.

En esta ocasión las "charlas" eran menos abundantes que en otros espectáculos de la neoyorquina, pero tenían la misma afilada ironía de siempre ("Como soy una señora voy a hablar de putas" o "Sabéis de quién hablo: son los dioses de la ropa interior") y también una carga más alta de lo habitual de crítica política.

Críticas a Bush y Gore

Las críticas arreciaron sobre todo contra la política de Bush (eso sí: sin nombrar al presidente americano) pero de la que tampoco se escaparon, también sin citarlos, Al Gore y su película sobre el calentamiento global.

Sin embargo, los mejores momentos del concierto fueron los más líricos, aquellos con letras más simbólicas y poéticas y también aquellos en los que más se apoyaba en los excelentes músicos que la acompañaban: un excepcional violista, un bajista y un teclista que se adaptaron perfectamente a la naturaleza cambiante del espectáculo y la personalidad musical de la Anderson.

La sorpresa de la noche fue la aparición en el escenario de Lou Reed, pareja sentimental de la artista desde hace unos años, que tocó con el resto del grupo un par de canciones en las que su guitarra eléctrica dio una textura completamente diferente a la banda, algo más rockera sin perder nada de su vanguardismo.

Los prolongados y unánimes aplausos "obligaron" a la neoyorquina a saludar varias veces desde el escenario y a un único pero brillante bis para el que eligió "Let x = x", un hermoso tema de su ya mítico álbum Big science, publicado en 1982, en lo que fue el único momento para la nostalgia de una noche en las fronteras más avanzadas del pop, el rock y la música experimental.