El Valle del Loira, una mezcla perfecta de historia y naturaleza

El Loira, en bicicleta, por las sendas que bordean el río.
El Loira, en bicicleta, por las sendas que bordean el río.
JEAN SEBASTIEN EVRARD
El Loira, en bicicleta, por las sendas que bordean el río.

El territorio que se extiende por la cuenca del río Loira ha sido diseñado por la historia. En él, los castillos son mudos testigos de las guerras que, durante centurias, enfrentaron a Francia e Inglaterra.

El matrimonio entre Enrique II Plantagenet y Leonor de Aquitania, madre de Ricardo Corazón de León, en 1152, logró reunir un extenso territorio, superior al que poseía el rey de Francia, Luis VII, casado en primeras nupcias con Leonor. Sus litigios se resolverían dos siglos más tarde, en la Guerra de los Cien Años, con la entrega de estos dominios al rey de Francia.

El escenario es una naturaleza exuberante y acogedora, elegida por la nobleza medieval para erigir los majestuosos palacios o castillos que siguen manteniendo su esplendor y se extienden a lo largo de la cuenca del río, declarada Patrimonio de la Humanidad.

Hasta 40 castillos principales salpican el valle y muchos pueden visitarse. La mayoría fueron levantados durante el Renacimiento francés (siglos XV y XVI) como palacios y residencias señoriales, lugares de esparcimiento y recreo. No obstante, algunos tienen su origen en la Edad Media como edificaciones de carácter defensivo.

El Loira es el gran río de Francia que ha permanecido ‘salvaje’, al no ser estrangulado con presas ni desviado su cauce. Nace al este de Francia, en Ardeche, cercano a la cuenca mediterránea, y desemboca en el Atlántico tras recorrer unos 1.000 kilómetros aproximadamente.

Sus crecidas anuales siguen fertilizando este rico valle, en beneficio de una naturaleza agradecida a la que se conoce como el jardín de Francia: grandes praderas verdes bordeadas de líneas espesas de árboles esbeltos, el río serpenteante, los bosques frondosos, los jardines y parques rodeando a los castillos... Naturaleza, en definitiva, mimada y respetada por sus habitantes, orgullosos de sus esfuerzos por conservarla y mostrarla a los visitantes.

Otro de los regalos que el Loira concede a sus afortunados visitantes y moradores son sus vinos: hasta 24 denominaciones de origen, sobre todo blancos y espumosos, de sabores afrutados y frescos, perfectos para maridar con su personal gastronomía.

Una ruta segura

Las fotogénicas orillas del río parecen pensadas para ser recorridas en bicicleta y, de hecho, hay bucólicas sendas ciclistas, que permiten visitar los castillos mientras se pedalea por la campiña. Por todas partes hay negocios de alquiler de bicicletas que hacen muy accesibles estos imprescindibles paseos.

La ciudad de Angers, con su centro histórico de calles peatonales, tranquilas y con sabor universitario, es un remanso de paz y una buena puerta de entrada al valle del Loira. Su impresionante castillo fortaleza, con 17 torres de pizarra negra, representa el poderío del ducado de Anjou.

Su interior esconde un agradable jardín, un huerto, otro pequeño castillo y el impresionante tapiz medieval del Apocalipsis, con más de 100 metros de longitud por 6 metros de altura en los que, a la manera de un cómic, el mismo San Juan evangelista va relatando el Apocalipsis. ¡Un recorrido hipnótico por su belleza y su didáctica! Un aspecto inesperado de este rincón de Francia es su circuito turístico ‘troglodita’. Algunas zonas de este valle están totalmente excavadas y en su interior se han formado inmensas cuevas.

A lo largo de los siglos fueron horadadas para extraer la piedra blanca del cretácico, la toba volcánica, con la que están edificados los castillos. En la actualidad sirven para cultivar hongos (el famoso champignon de París), criar caracoles y envejecer vinos. Otras han sido transformadas en hoteles de lujo o casas rurales, que brindan la oportunidad de vivir la experiencia troglodita y dormir con la frescura, humedad y temperaturas inalterables que mantienen estas cuevas.

Otra parada imprescindible en este recorrido es la bella ciudad de Saumur, con sus callejuelas medievales y sus plazas llenas de vida a orillas del Loira, su mar de viñedos con denominación de origen y su romántico castillo de torres octogonales que albergó en 1768, durante su periodo como prisión, al marqués de Sade.

Loira

Otro atractivo de Saumur es la Escuela Nacional de Equitación y el afamado Cadre Noir, cuerpo de profesores de la Escuela, que forman y perfeccionan a los mandos superiores de la equitación, la élite que representa a Francia en las competiciones ecuestres de alto nivel, nacionales e internacionales. Entre sus funciones, la doma y cuidado de los caballos. La Escuela organiza galas y competiciones ecuestres a lo largo del año. En 2011, la Unesco inscribió la equitación de tradición francesa en el Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Una visita obligada del recorrido es la abadía de Fontevraud, necrópolis real de los Plantagenet. Acumula entre sus muros 10 siglos de historia. Sus cuatro prioratos albergaban a monjes y religiosas y siempre estuvieron dirigidos por abadesas, una peculiaridad que impuso su fundador, el monje Robert D’Arbrissel. También fue leprosería, y más tarde Napoleón la convertiría en cárcel.

Este enorme monumento histórico, rodeado de una apacible campiña, antaño dedicado a la vida contemplativa de los religiosos, es hoy centro cultural donde se celebran eventos artísticos, conferencias, seminarios, etc. Conserva esa atmósfera de serenidad de la que se puede disfrutar en el Hotel de la Abadía. Las materias primas de su propio huerto biológico son los ingredientes de la propuesta culinaria de Thibault Ruggieri, chef del restaurante, Premio Bocuse d’Or 2013 (el mayor premio gastronómico de Francia).

Un lujo cenar en el tranquilo y recoleto claustro del hotel. Una singular experiencia al alcance de todos es un paseo en barco por el río. Se puede disfrutar de una agradable comida en la cubierta de madera de una antigua gabarra. No son las únicas embarcaciones que surcan el río, pero todas tienen una característica común: el fondo plano, debido a los bancos de arena que pueblan el cauce fluvial.

El paseo permite atracar en alguna de sus islas y observar la intimidad de las aves o divisar los pueblos en las riberas, con sus casas de empinados tejados de pizarra negra que parecen querer emular a los castillos que las dominan. Todo un placer.

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