Las explosivas fotos en color del eterno amateur Jacques Lartigue, retratista de la buena vida

  • Una exposición en París revela el asombroso cuerpo de trabajo en color de uno de los mejores fotógrafos del siglo XX.
  • 'La vida en colores', en la Maison Européenne de la Photographie, apuntala la brillantez de un artista que adoraba la buena vida, era rico, guapo y culto.
  • Hacía fotos desde los 7 años, pero sólo a los 70 fue descubierto por los museos y el público. Cuando murió (1986) legó al Estado francés 100.000 negativos.
Florette, la musa del fotógrafo Lartigue, retratada por este en 1954
Florette, la musa del fotógrafo Lartigue, retratada por este en 1954
Photographie J. H. Lartigue © Ministère de la Culture - France / AAJHL
Florette, la musa del fotógrafo Lartigue, retratada por este en 1954

Rico desde la cuna —era hijo de un banquero—, guapo, alto, simpático, culturalmente voraz, buen pintor y con un ánimo chispeante para disfrutar de las cosas buenas que la vida entrega a algunos —es decir, los hoteles lujosos, las playas de la Costa Azul, las fiestas parisinas en las que nunca amanecía y los asistentes se sentían elegidos por los dioses—, el francés Jacques Henri Lartigue (1894-1986) hizo fotos desde que su padre le regaló una cámara cuando el niño tenía siete años.

Pese a que dejó al morir un legado de 100.000 negativos en los que había registrado su vida con pasión y candor, nunca creyó ser un fotógrafo, sino un "eterno amateur". En 1965 escribió en su diario que usaba la cámara con fines terapeuticos: ""Desde que era pequeño, sufro de un tipo de enfermedad: no tengo memoria suficiente para guardar todo lo me sorprende". Quizá por esa actitud, entre diletante e inocente, su obra esté tan plagada de maestría y repleta de joie de vivre: le gustaban los coches de carreras, las chicas saltando tramos de escalera, los chapuzones y, por supuesto, la aviación.

Detener el tiempo

Como si deseara ejercer con la cámara el ansia de detener el tiempo, se lo pasaba en grande fotografiando, reteniendo el movimiento de un mundo que cambiaba cada vez más rápido. Su obra, mantenida en privado hasta que Lartigue, con 69 años y una primera exposición en Nueva York, dejó al mundo boquiabierto y al dios Richard Avedon convertido en ferviente admirador, sigue dando sorpresas.

El último capítulo, por ahora, de la lentísima exploración del archivo que dejó al Estado francés, es La vie en coleurs  (La vida en colores), una retrospectiva de la Maison Européenne de la Photographie de París que presenta, hasta el 23 de agosto, la casi desconocida obra en colores del fotógrafo. Es como si una bomba de matices cromáticos explotara en las manos del espectador.

A partir de 1949 se entregó al color

Aunque había tanteado con el autocromo, un complejo proceso de adición de placas patentado a principios del siglo XX por los Lumière, que empleó entre 1912 y 1927 y que le dejó frustrado porque los resultados no vibraban como la vida, Lartigue se entregó por completo al color a partir de 1949. Buscó sin freno la "armonía cromática" de la naturaleza, retrató a sus amigos —entre ellos Pablo Picasso y Jean Cocteau—, a su musa y compañera Florette, a niños jugando en la playa o en la nieve...

El mundo, escribió en uno de sus diarios por entonces, le parecía "demasiado bueno para ser cierto" a través de los colores. "Estoy enamorado de la luz, me encanta el sol, amo la sombra, me encanta la lluvia, estoy enamorado de todo", añadía.

'No ha envejecido una hora'

Los coordinadores de la exposición de París se asombran del constante "espíritu juvenil" y la "curiosidad infantil" de un fotógrafo que "no ha envejecido una hora desde su primera foto". Las exacerbadas fotos a color demuestran que se trataba también de un artista moderno que escapaba de la nostalgia. "Su energía no es la del pasado. Definitivamente Lartigue es una criatura del futuro", concluyen.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento