¿A qué le tememos ahora?

Pintadas en el barrio madrileño de Las Barranquillas.
Pintadas en el barrio madrileño de Las Barranquillas.
ELENA BUENAVISTA
Pintadas en el barrio madrileño de Las Barranquillas.

En enero de 2000 el cineasta Tim Burton visitó Madrid para promocionar una película sobre un jinete sin cabeza creado por la imaginación de Washington Irving, escritor estadounidense que consideraba España una región de sombras y fantasmas. Ante los periodistas Burton declaró: "Yo soy el jinete sin cabeza. Me identifico con su máscara de arrogancia, su manera de querer ser valiente cuando es un cobarde".

Irving no sabía que estaba avanzando un retrato de la España del siglo XXI, un país gótico y tenebroso, y Burton tampoco podía sospechar que todos los españoles terminaríamos como jinetes descabezados, galopando al límite porque hemos malgastado mucho tiempo haciéndonos los gallitos.

En estos últimos 15 años no hemos perdido solo la cabeza –en sentido literal: tomamos cuatro veces más antidepresivos ahora que en 2000 y los desesperados terminales que optan por el suicidio han aumentado un 14%–, sino también la quimera que creímos eterna: la alegría de vivir. España ha bajado 30 puestos en el Índice de Felicidad de referencia del Gallup World Report, pasando del octavo lugar mundial al 38.º

El regocijo patrio, ese valor racial que tanto nos enorgullecía, desciende aquí más rápido que en ningún otro país. Más que en Grecia y solo un poco menos que en Egipto.Cabalgamos asustados porque el cementerio está a punto de cerrar. Antes de la amputación ofrecíamos un aspecto envidiable. Según los datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de 2000, el retrato robot de Juan Español –llamemos así al habitante medio del país– era la alegría de cualquier futuro suegro.

¿Cómo se define usted?, preguntaban los encuestadores, y las respuestas más secundadas sonaban a sinfonía pastoral: trabajador (45%), tolerante (40%), honesto (30%) y, sobre todo, satisfecho: para casi la mitad de los españoles (45,6%) la economía era buena o muy buena y un abrumador porcentaje (85,1%) creía que era nada o poco probable perder el empleo.

La ambición de los que lo tienen todo

Quince años más tarde, el escenario está poblado por alimañas. No es solamente que 70 de cada 100 personas se sientan abrumadas por la quiebra, sino que la sociedad irreflexiva y hedonista de la "euforia sin límites", como la llama Cáritas en sus informes –que deberían ser de lectura obligatoria por la seriedad forense de sus dictámenes–, ha colapsado, dinamitada por la crisis del neoliberalismo y la ineptitud casi criminal de los gobernantes y los gánsteres financieros.

Juan Español es parte del 1% de la población que es dueña –habría que matizar que el endeudamiento se ha quintuplicado desde 2000 y el dinero particular está sujeto a la fianza de los préstamos bancarios– del 27% de la riqueza, mientras que el 10%, las élites, acumulan el 55%.

La brecha social es la que más ha crecido con la crisis, ya que la desigualdad ha aumentado diez puntos, más que en ningún lugar de la UE. Solo por delante de Letonia.

"Es obsceno", dice Mercedes Ruiz-Giménez Aguilar, presidenta de la Coordinadora de ONG para el Desarrollo-España. "Es una espiral de acumulación y enriquecimiento. La ambición de los que lo tienen todo por poseer más no tiene límite. No se trata solo de un problema de avaricia personal, sino del rasgo amoral y despiadado de un sistema que parece haber asumido el derecho a enriquecerse como superior al resto de los derechos humanos".

Dictar una relación de miedos parciales es posible según la frialdad estadística. Los cuatro jinetes del apocalipsis de 2000 eran el terrorismo de ETA (65,5% de los españoles lo consideraban el primero de sus problemas), el paro (59,8%), las drogas (14,7%) y la economía (14,2%).

En 2015 la estructura del temor se ha focalizado en temas económicos y políticos como paro (79,4%), corrupción-fraude (55,5%), economía (21,8%) y políticos-política (21,8%). No tememos ya a un encapuchado con munición Parabellum –tampoco a los yihadistas, que solo preocupan al 0,4% de la población– o al yonqui desesperado que acecha a la vuelta de la esquina. Tememos a los señores con cuello almidonado y guardaespaldas y a la perversidad de sus decisiones.

El director del Instituto de Estudios Sociales Avanzados del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Joan Font, afirma que nunca se había producido un "cambio tan pronunciado" en los temores sociales –"Todos, además –anota–, en un mismo periodo: fracaso económico, del que la ciudadanía hace corresponsable a los dos principales partidos, percepción de corrupción generalizada y sensación de que el reparto de las consecuencias de la crisis ha sido muy injusto"–.

El sociólogo no olvida mencionar que el primer paso para el enriquecimiento de unos pocos "viene de que muchas personas eligen comprar en Zara, en Mercadona o tener su dinero en el Banco de Santander. Podemos contribuir a que eso cambie con nuestros patrones de consumo, pero no lo hacemos".

También "podríamos evitar los contratos que se negocian a oscuras en las sedes institucionales o en el palco del Bernabéu y que siempre benefician a los mismos, pero, de nuevo, en lógica democrática, los principales responsables somos los ciudadanos que hemos elegido a gobernantes tan nefastos y que no hemos sido capaces de controlarlos y de generar mejores alternativas".

¿Miedos de ayer y miedos de hoy? Quizá convendría llevar la expresión a la absoluta singularidad: el miedo, grande, unívoco, de acero, al que Franz Kafka se refería como su "verdadera sustancia y, probablemente, la mejor parte del ser". Utilizar el miedo como ariete para asaltar la Bastilla sería una saludable actitud para sacar provecho del infierno en el que nos han dejado caer, a veces con nuestro beneplácito –entre 2000 y 2008 en España se construyeron cinco millones de viviendas, más que en Alemania, Francia y el Reino Unido juntos, y había cola para optar a una.

El problema es que la pobreza y la exclusión social afectan ya a un 27,3% de la población: 12.866.000 personas, según el informe El estado de la pobreza, que analiza los últimos datos disponibles. Una cuarta parte de ese grupo de nuevos parias están en situación de privación material severa y otros tres millones de ciudadanos son pobres hasta el hambre. Quizá para convertir el miedo en una dinámica de acción haya un obstáculo tan elemental como la carencia de cabeza del jinete de Sleepy Hollow: falta de proteínas, de ropa, de techo...

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