La cuestión: El año pasado se produjeron 262 accidentes in itínere cada día y un total de 372 fallecidos en estas circunstancias. A los costes en vidas humanas hay que sumar el tiempo, el dinero y los daños al medioambiente.
El problema: Existen situaciones en las que el coche es indispensable, pero hay otras en las que cabe una elección mejor. Las decisiones sobre la ubicación de los centros de trabajo tienen más en cuenta criterios de rentabilidad empresarial.
Lo que nos cuesta: Los atascos son un desagüe por el que se van el tiempo y los recursos energéticos. Además de las cifras del producto interior bruto, están los afectados con nombres y apellidos que pagan con su propia salud en forma de estrés y accidentes.
La alternativa: Optimizar los desplazamientos laborales conseguirá disminuir la contaminación, la siniestralidad y mejorar la calidad de vida. Las empresas se deben implicar en el fomento de transportes colectivos, en el uso compartido de vehículos privados y deben evitar los excesos de jornada. Se necesita un esfuerzo por parte de administraciones, de empresas y de trabajadores.
Una larga ruta hasta el trabajo
Javier Gómez 36 años, carnicero.
«He probado todos los medios».
«Vivo en Leganés y trabajo en el centro de Madrid. Son 15 kilómetros que he probado a recorrer de todas las maneras: en autobús, metro, coche, tren de Cercanías... A veces los combino. Unas temporadas uso el coche, pero luego me canso. Es más caro y el tiempo del recorrido puede variar.
El transporte público está bien porque puedo leer y es más barato, aunque suele ser más lento que el coche. Me gustaría vivir más cerca del trabajo, pero no puedo elegir».
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