Los grupos de mujeres que, en muchos casos, terminan siendo grupos de amigas, no están exclusivamente dirigidos a víctimas de maltrato. «Están abiertos a mujeres que están en crisis o tienen lo que comúnmente llamaríamos un bajón», comenta Dolores Muñoz, una de las psicólogas del Instituto. Los grupos, no obstante, son catalizadores idóneos de situaciones de riesgo, en las que la mujer podría estar sufriendo algún tipo de violencia de género.
Antonio Agraz, un veterano psicólogo del IAM, explica que el aislamiento es una de las características de la violencia contra las mujeres. El agresor obliga a que la víctima vaya quedándose sola. «Las terapias rompen ese aislamiento y trabajan la independencia y la autoestima», añade Agraz.
Diluir la culpabilidad
Dolores y Antonio saben que las mujeres, al ver que otras están viviendo su misma situación, reaccionan. En los grupos se abren, cuentan su experiencia y así la culpabilidad se diluye. Aprenden, en suma, recursos sociales y psicológicos para enfrentarse a su vida y a sus problemas, sabiendo que al grupo siempre pueden volver.
Metamorfosis completa
En un principio, se pensó que en el medio rural habría cierta reticencia a formar grupos, porque muchas mujeres podrían conocerse previamente y sentir vergüenza o sentirse cohibidas precisamente por ese motivo. Eso finalmente no ha ocurrido y las terapias de grupo funcionan como relojes en los 16 pueblos donde hay Centros de la Mujer del IAM. «Hay un abismo entre la mujer que viene por primera vez a vernos y la que sale», explica Dolores. Del «me siento mal por venir a escondidas» al final, hay una auténtica metamorfosis.
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