Tres gigantescos trolls se aproximaban torpemente hacia ellos en fila por el sendero. Pero los dos hermanos se dieron cuenta de que no eran tan peligrosos como parecían, porque tan sólo disponían de un ojo para los tres. Así es que los hermanos comenzaron a darles hachazos en las piernas. Los trolls intentaban atraparlos, dando torpes manotazos al aire pero sin resultados. Se revolvían de un lado a otro y se intercambiaban el ojo para ver lo que pasaba hasta que la desesperación y el dolor se apoderaron de los gigantes de tal forma que ya no podían luchar ni avanzar. Y allí se quedaron, en medio del camino, en un charco de sangre. Mientras tanto, con las primeras luces del alba, los dos hermanos cruzaban el bosque triunfantes.
El miedo normalmente nos paraliza más que el peligro en sí, y por eso la única manera de vencerlo es no pensar en él.
Próximo viernes: 59/Las golondrinas traen la primavera
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