'Come y calla': ¿lujo culinario en la estrepitosa rutina neoyorquina u otra excentricidad?

  • Cenar sin ruidos y con la luz justa es la propuesta de un restaurante de Brooklyn.
  • Ha ganado numerosos adeptos en las últimas semanas.
  • La propuesta parte de un joven de 28 años, influido por monasterios budistas que visitó.
Fotografía cedida por el restaurante Eat, que muestra la cocina del local, en el barrio polaco de Greenpoint, en Nueva York.
Fotografía cedida por el restaurante Eat, que muestra la cocina del local, en el barrio polaco de Greenpoint, en Nueva York.
EFE
Fotografía cedida por el restaurante Eat, que muestra la cocina del local, en el barrio polaco de Greenpoint, en Nueva York.

Retiro espiritual, paréntesis en una ciudad tan ruidosa como Nueva York, curso acelerado de mímica o manera de explorar la relación entre el hombre y el alimento. El restaurante Eat, en Brooklyn, ha triunfado con su propuesta dominical, una cena silente bajo el lema del 'come y calla'.

No hay música, casi ni luz. El cocinero, Nicholas Nauman, y sus dos pinches se deslizan silenciosamente por una pequeña cocina y van sacando platos realizados con productos orgánicos locales. Bienvenidos a noventa minutos de silencio aderezados con un menú fijo de tres platos y postre sobre los que el comensal no podrá decir 'ni mú'.

¿Un lujo en la estrepitosa rutina neoyorquina u otra marcianada en una ciudad obsesionada con la pose de estar a la última en excentricidades? Después de la sobredosis de familia e incontinencia verbal de fechas como las Navidades, desde luego, el plan resulta atractivo. Su precio, 45 dólares (unos 33 euros) más propina.

Idea de un joven de 28 años

La propuesta se le ocurrió a Nauman, de 28 años, después de un retiro en un monasterio budista y la puso en práctica por primera vez el pasado septiembre. "Ha sido muy sorprendente que la gente respondiera de la manera que lo ha hecho, se hizo muy popular", explicaba recientemente Nauman.

El local de este restaurante, con nombre directo Eat (Come) y ubicado en el barrio polaco de Nueva York, Greenpoint, es pequeño y estrecho. Había sido antes una tienda de discos en la que se servían cafés y, entre semana, es un restaurante con amplio menú vegano y ambiente distendido. Para estas cenas de los domingos, casi una misa gastronómica, se aceptan hasta treinta comensales mudos.

Para su artífice, la experiencia es filosófica. "Tiene que ver con la relación de nosotros mismos con lo otro. Metemos algo externo en el interior de nuestro cuerpo. Eso es siempre un compromiso profundo. Sí pensamos en ese intercambio en términos de sexo, psicología o lenguaje. Pensamos en ese intercambio, pero nunca en una actividad tan mundana como la comida", asegura. Por eso apuesta por productos ecológicos, de granjas cercanas a Brooklyn. "Si no sabemos de dónde viene la comida, cómo se produce, cómo le ha afectado lo que tenía su tierra a sus cualidades nutritivas, cuando llega a nosotros estamos teniendo una relación alienante con ella".

Sobre la mesa, cada comensal actúa con libertad y ese es el objetivo de Nauman, consciente de que su propuesta tiene algo de performance viva, de arte en movimiento.

La carta de un restaurante para 'mudos'

La comida se abre con una sopa de zanahoria con especias y un pan de trigo con mantequilla. La timidez por mover los cubiertos contra esa vajilla también artesana (realizada por el dueño del local, Jordan Colón) se ve superada cuando, en segundo lugar, llega una ensalada de col lombarda cruda que, al ser crujiente, hace al comensal darse cuenta de que, pese a la ausencia de palabras, el ruido es inevitable.

Como plato principal, para los veganos hay un puchero de judías negras con patata, colinabo y boniato, para el resto abadejo con tomate picante y acompañado de col silvestre y ajo. Y de postre, un helado con sal marina y quinoto.

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