Cierto día el sabio Manú encontró un pez diminuto en su lavabo. «No me mates, por favor», imploró el pececillo. «Nunca he matado a ningún ser vivo, ¿por qué iba a hacerlo ahora?», contestó el sabio.

Así es que lo puso en una jarra con agua, donde sus escamas de oro brillaban a la luz del sol. Pero en pocos días el animalillo había crecido tanto que el sabio tuvo que llevarlo hasta una charca. Pero de nada sirvió porque pronto el pez tomó proporciones tan descomunales que le pidió al sabio que lo llevase al mar. Pero antes de que el pez se sumergiera en las espumosas aguas del océano, le dijo al sabio: «El fin del mundo se acerca y como eres un hombre bueno, te enviaré una gran embarcación donde meterás a todo tipo de animales, plantas, hombres y mujeres».

Días más tarde, el cielo se ensombreció y la nave llegó hasta el puerto tal y como había dicho el pez. Entonces Manú condujo en su interior a los animales y a las semillas, pero a muy pocos hombres y mujeres porque la mayoría le habían tomado por loco. Nada más embarcar, comenzó a llover hasta que el agua cubrió toda la Tierra. Manú había salvado a los seres vivos de una terrible destrucción.

No hay que ser pesimistas con respecto a nuestro mundo, pero sí hay que tomar conciencia de lo destructivos que podemos llegar a ser.

Próximo viernes: 56/El brujo Kaldoon