Federico Barocci, el pintor hipocondríaco que acusaba a sus rivales de querer envenenarlo

  • Una exposición en Londres devuelve a su lugar a un semiolvidado y ecléctico artista del siglo XVI que se adelantó al dinamismo del Barroco y era admirado por Rubens
  • El aprensivo maestro estaba seguro de que otros pintores deseaban matarlo por envidia. Tuvo que irse de Roma por miedo.
  • Su carácter sombrío le impedía pintar más de dos horas al día y sufría espeluznantes pesadillas nocturmas.
Estudio al óleo para la cabeza de San Juan, de Barocci
Estudio al óleo para la cabeza de San Juan, de Barocci
Image courtesy National Gallery of Art, Washington
Estudio al óleo para la cabeza de San Juan, de Barocci

Federico Barocci (1535-1612) estaba convencido de que sus rivales en el competitivo mundo de la pintura italiana del siglo XVI estaban empeñados en matarlo. Era tanta la aprensión que abandonó Roma, donde era uno de los artistas en nómina del Vaticano, porque, según dijo a sus cercanos, había sido envenenado con una ensalada aderezada con una ponzoña. Aunque no existe comprobación histórica del intento de homicidio, sí la hay del carácter hiponcondríaco y sombrío del maestro, cuya carrera resultó mediatizada por los recelos y el miedo.

Barocci: Brilliance and Grace (Barocci: brillo y gracia), en la National Gallery de Londres hasta el 19 de mayo, devuelve a su lugar a un artista semiolvidado por el inmenso brillo de alguno de sus contemporáneos, sobre todo Caravaggio y por las consecuencias somáticas de sus aprensiones y temores, que le impedían pintar más de dos horas al día, una por la mañana y otra por la tarde, antes de caer derrotado por el cansacio y convertían sus noches en tormentosas a causa de circulares y constantes pesadillas.

"Composiciones vertiginosas"

Pese a este panorama, Barocci, de quien algún estudioso ha apuntado que padecía una úlcera duodenal, pintó muchas obras, prácticamente todas religiosas, y desarolló un estilo que predijo el refinamiento del Barroco y la teatralidad de la luz y la acentuada expresividad de los colores. La exposición de la capital británica, que contiene 65 obras de Barocci entre telas, paneles y bocetos, es un acto de justicia con un artista que "nunca ha sido superado" en "originales armonías cromáticas, ternura de sentimientos y composiciones vertiginosas", dice Nicholas Penny, director de la galería.

Nacido en una familia de relojeros como Federico Fiori —el nombre artístico de Il Baroccio es una forma dialectal de la zona natal, Urbino, donde todavía hoy se usa para nombrar al carro tirado por una yunta de bueyes—, el artista combinó en sus obras la belleza renacentista con el dinamismo de lo que estaba por llegar. Desde sus primeras piezas, pintadas en torno a 1550, se concentró en preparar cada obra con bocetos y estudios que garantizasen el resultado final en términos de movimiento.

Fue uno de los primeros artistas, sino el primero, en pintar cartones previos a óleo en los que estudiaba de forma obsesiva las formas y movimientos de las personas y animales que luego integraba en las versiones finales, que resultaban tan espectaculares como La Madonna del Popolo, donde la  composición se adelanta en varios años a su tiempo y prefigura el estilo suntuoso y la sensualidad de Rubens, que siempre citó a Baroccio como uno de sus artistas ideales.

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