Su lenguaje es claro y directo, todo calma. Trabaja de representante de productos dietéticos y eso lo obliga a moverse en coche por Madrid a todas horas. «Tengo un máster en atascos», dice sonriendo.
Vallecas y Carabanchel son sus barrios. En el primero vive desde hace 14 años y en el segundo pasó su infancia. Su padre era gruista y su madre, ama de casa: «Con cuidar a cinco niños, ya tenía bastante». Diego recrea en su mente tardes enteras jugando en la calle, con un palo o una pelota hecha de bolsas. Ahora, sus hijos le piden una PlayStation y él se resiste a comprarla: «Los fines de semana los llevo a los tres al campo para que no crean que la leche sale de los bricks. Quiero que corran, respiren y vean animales, pero sé que les acabaré comprando una».
El boxeo es su otra pasión. En el gimnasio hace abdominales, salta a la comba y calienta para «guantear». Con los combates descarga la tensión que no aparenta. Diego, el hombre tranquilo, se ríe de los que piensan que el boxeo es un deporte violento: «Los atascos generan más violencia».
No ambiciona nada, ha conseguido un equilibrio. Le gusta que su trabajo sea callejero y no estar encerrado entre cuatro paredes, disfruta de las ocurrencias de su hijo mayor, al que llama «el jefecillo», y se siente orgulloso de ser de barrio y salir adelante cada día. Si le preguntan qué le falta a Madrid, contestará «movilidad en el tráfico y que el Rayo esté en Primera».
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