Llegan al Real rositas; a media mañana pasan a fucsia, y por la noche podrían servir de candela para los corrillos flamencos del sol que les ha dado. Al día siguiente, desfallecen.
Aunque les cueste enterarse a veces del español en feria –siempre a un volumen considerable, todos a la vez, a toda velocidad y con música de fondo–, son agradecidos y tienen el don de contagiar al resto con su alegría e ilusión por la fiesta. Miran con más admiración que nadie los vestidos de flamenca, con sorpresa los enganches y con placer a cualquiera que se arranque por sevillanas.
Ellos, venidos de los cinco continentes, son una parte esencial de la feria y se merecen más. Después de andar durante horas al sol y visitar con mucho ánimo las casetas públicas de los distritos y los partidos políticos, volverán a casa más o menos frustrados con la experiencia. Aun así, ellos, cada año, vienen, dispuestos a conquistar el sur.
Fernando. 30 años. Bielorrusia.
«Llevo seis años sin perderme la feria. Me gusta empalmar la noche con el día. Es una experiencia que recomiendo a todo el mundo. Lo mejor: las mujeres».
Kevin. 25 años. Francia.
«Llevo sólo dos días aquí y de momento he tenido que acabar en los bares porque en la feria no se puede entrar en ningún sitio. De todas formas, es estupendo poder disfrutar de este ambiente».
Ana. 22 años. Francia.
«Llevo ya seis meses en Sevilla como Erasmus, pero no podía imaginar que la feria fuese así. Estuve ayer, pero no me acuerdo absolutamente de nada».
Ania. 21 años. Estados Unidos.
«Hemos llegado a Sevilla y no sabemos cuánto tiempo vamos a estar aquí. Me ha encantado la feria, aunque no me pienso vestir de gitana. ¡Qué vistas tiene Sevilla!».
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