«Arreglao, pero informal», prototipo del guiri en la feria

Cada año son más los extranjeros que visitan esta fiesta. Se colocan las peinetas, los claveles y disfrutan del colorido ambiente que se vive en el Real y, si pueden, en las casetas
Nada más entrar consiguen un mapa y hacen todo lo posible por visitar el recinto ferial de punta a punta. Con la cámara, recogen testimonio gráfico de la visita. Buscan el folclore, los corrillos donde se baila y se canta y les encanta ponerse complementos típicos (el sombrero cordobés, el mantoncillo y el abanico).
Nada más entrar consiguen un mapa y hacen todo lo posible por visitar el recinto ferial de punta a punta. Con la cámara, recogen testimonio gráfico de la visita. Buscan el folclore, los corrillos donde se baila y se canta y les encanta ponerse complementos típicos (el sombrero cordobés, el mantoncillo y el abanico).
Caco Rangel
Nada más entrar consiguen un mapa y hacen todo lo posible por visitar el recinto ferial de punta a punta. Con la cámara, recogen testimonio gráfico de la visita. Buscan el folclore, los corrillos donde se baila y se canta y les encanta ponerse complementos típicos (el sombrero cordobés, el mantoncillo y el abanico).
Se les reconoce a la legua. No van muy arreglados, pero sí muy cómodos. E incorporan a su estética informal complementos sofisticados y muy folclóricos, aunque lleven chándal o pantalones cortos: tacones de gitana; clavel en la solapa, pendientes de flamenca, mantoncillos. Todo vale, la cuestión es ir «arreglao, pero informal». Ellos, inconfundibles, son los extranjeros que cada año se adentran en el Real en busca de ambiente para decir «olé, olé y olé». Muchos incorporan a su aspecto una gorrita que suele promocionar alguna marca de fino, el que se beben bien fresquito.


Llegan al Real rositas; a media mañana pasan a fucsia, y por la noche podrían servir de candela para los corrillos flamencos del sol que les ha dado. Al día siguiente, desfallecen.


Aunque les cueste enterarse a veces del español en feria –siempre a un volumen considerable, todos a la vez, a toda velocidad y con música de fondo–, son agradecidos y tienen el don de contagiar al resto con su alegría e ilusión por la fiesta. Miran con más admiración que nadie los vestidos de flamenca, con sorpresa los enganches y con placer a cualquiera que se arranque por sevillanas.


Ellos, venidos de los cinco continentes, son una parte esencial de la feria y se merecen más. Después de andar durante horas al sol y visitar con mucho ánimo las casetas públicas de los distritos y los partidos políticos, volverán a casa más o menos frustrados con la experiencia. Aun así, ellos, cada año, vienen, dispuestos a conquistar el sur.


Fernando. 30 años. Bielorrusia.


«Llevo seis años sin perderme la feria. Me gusta empalmar la noche con el día. Es una experiencia que recomiendo a todo el mundo. Lo mejor: las mujeres».


Kevin. 25 años. Francia.


«Llevo sólo dos días aquí y de momento he tenido que acabar en los bares porque en la feria no se puede entrar en ningún sitio. De todas formas, es estupendo poder disfrutar de este ambiente».


Ana. 22 años. Francia.


«Llevo ya seis meses en Sevilla como Erasmus, pero no podía imaginar que la feria fuese así. Estuve ayer, pero no me acuerdo absolutamente de nada».


Ania. 21 años. Estados Unidos.


«Hemos llegado a Sevilla y no sabemos cuánto tiempo vamos a estar aquí. Me ha encantado la feria, aunque no me pienso vestir de gitana. ¡Qué vistas tiene Sevilla!».

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