Más allá de sus desafortunados momentos televisivos en los programas de corazón en torno al drama personal de la separación en los noventa de Romina Power y de la pérdida de su hija Ylenia, Al Bano es ante todo un artista con los pies en la tierra: la suya del sur de Italia. Nos lo demuestra en una sincera entrevista.
¿El escenario del Liceu se prestará a un Al Bano más lírico?
Más bien al Al Bano de siempre. No es novedad porque desde niño escuchaba ópera. Mi madre la cantaba siempre en casa, pero acabé con otro género que pegaba más conmigo.
¿Vive un momento personal y artístico de Felicitá?
No sé por qué es un tema tan especial para la gente. Quizás porque su rítmica esconde algo de las raíces de la famosa Tarantella italiana (tararea). Cuando empiezo a entonarla comienza un milagro con la gente inexplicable. Personalmente, para mí siempre es mi primer día. Porque me he dado cuenta que la música es una gran vitamina que me ayuda a vivir mejor conmigo.
¿Se digiere bien ser historia viva de la música?
No me siento parte de ella sino un buen trabajador de la música. Busco siempre el hilo de la emoción y cuando pasa me siento mejor ¡Mamma Mia!.
¿Se considera a sí mismo un artista poderoso en Italia?
Lo que soy es independiente. Sólo acepto a los que me hablan desde el corazón. La vida me ha enseñado este tipo de diferencia. Un artista es anárquico por naturaleza.
Un día su hijo le llamó y le dijo si le había dado una canción a Michael Jackson.
Estoy convencido de que no me copió. Le gustó y se la quedó sin saber que era mía.
¿Qué conserva del Al Bano campesino del sur de Italia?
La bodega de mi padre. Una parte mía sigue siendo campesina y la otra artista. Y se compensan. Cincinato fue un emperador que conquistaba y luego volvía al campo. Eso me impresionó desde niño.
*La Rambla, 51 (Sábado; 21h). 10 a 63 euros.
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