Si se restringen las necesidades básicas, de los placeres ni hablamos. No puede fumar, tener relaciones sexuales... «Nada de critiqueos ni malos pensamientos», dice. Ni siquiera besar a una mujer, por lo que me saluda a mi llegada dándome la mano.
Sobre una alfombra, Ali practica el salah, orar mirando a La Meca cinco veces al día. Si le toca trabajar (es celador en una clínica sevillana), atrasa o adelanta la oración. «Si trabajo de ocho a tres, el rezo de las 14.30 lo hago al llegar a casa». A las 20.10 rompe el ayuno con dátiles y leche. Luego, a la Mezquita de la Macarena para orar una hora. Al llegar, por fin, a casa, pasadas las 11 de la noche, cena como cualquiera día: chuleta de cordero y ensalada.
Para Ali es tiempo de alegría. «No me cuesta ayunar, lo hago para estar más cerca de Alá». Al final del ramadán dará dinero a los pobres (zakat), otra de las tradiciones de este mes de fiesta. ¿Su sueño? Lo tiene claro: «Peregrinar a la Meca».
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