Donde nacen los cayucos

Las claves:
  • Las repatriaciones no desaniman a los senegaleses, obsesionados con Eldorado español.
  • "Cualquier cosa es mejor que esto".
  • Las 'pirogue' son la única esperanza en Senegal.
El país...

La república logró la independencia de Francia en 1960 y vive, sobre todo, de la pesca.

El censo...

El último censo, de 2003, fija en 10.580.307 el número de habitantes, aunque en algunas poblaciones no se tiene una idea exacta de cuántas personas residen.

Megabarrio...

De Nguet Ndar, un barrio de Sant Louis, al norte de Senegal, se dice que es la barriada más densamente poblada del mundo. Allí se hacinan hasta 20 personas por habitación.

Niños...

La mayoría de los senegales son niños y jóvenes. El 60% de la población no supera los 25 años.

3 Euros al día

Los senegaleses sobreviven con menos de tres euros al día. Un maestro o un profesor, por ejemplo, ganan 300 euros al mes. El paro es casi del 60%.

En la casa de Masba toda la familia está preparada para la partida inminente de Amadou, el hijo de 24 años que pronto se lanzará en cayuco a las aguas del Atlántico en busca de su sueño español. Ni las repatriaciones, ni la incierta vida que le espera en España, ni mucho menos la muerte harán desistir al cabeza de familia. "Estoy listo para que se vaya. No me importa que mi hijo muera, cualquier cosa es mejor que estar aquí", dice Masba sin atisbo de tristeza.

Siempre que el chamán (individuo al que se le atribuyen las facultades de curar, de comunicarse con los espíritus y presentar habilidades visionarias y adivinatorias) dé el visto bueno para partir, habrá alguien dispuesto a arriesgarse por Eldorado español.

"Es que la superstición es fundamental para un senegalés. Aquí creemos en el mal de ojo y nos fiamos de lo que diga el chamán", cuenta Masba.

En Yoff, una barriada del sureste de Dakar, donde vive Masba, uno descubre que pesan menos las profecías del hechicero de turno que la realidad que los senegaleses ven cada día. En este barrio sobresalen las casas de dos alturas que simbolizan el triunfo de quienes alguna vez también partieron.

Y eso lo justifica todo. ¿Quién no quiere imitarlos? Por eso no es de extrañar que aquí, o en cualquier suburbio de la capital, resulte casi imposible encontrar a alguien que no haya vivido de cerca el drama de los gal, como se conoce en idioma wolof, la lengua autóctona, a los cayucos.

Algunas familias, como ocurre en el barrio pesquero de Nguet Ndar, al norte del país, siguen a la espera de la llamada que devolverá a la vida a los que partieron en pirogue (canoa). Masba cuenta que un amigo suyo sigue esperando esa llamada: "Saliv partió a España hace cinco meses y desde hace tres no sabemos nada. ¿Lo podrías llamar? Yo te doy su número".

Al otro lado de la línea, en España, un tímido Saliv, de 22 años, responde al teléfono con un pobre castellano: "Estoy en Roquetas de Mar, sólo como pan y leche. Estoy un poco bien. Aquí no hay dinero. ¿Cómo se hace para trabajar en Madrid?".

En el país de la teranga (hospitalidad), como se conoce a Senegal, los cayucos se han convertido en la única esperanza de miles de personas. El perfil de los viajeros casi siempre es el de niños de once a quince años y hombres que no superan los cuarenta. "Porque las mujeres no viajan. Las que lo hacen suelen ser de otros países", afirma Masba.

En lo que va de año han llegado a las costas canarias más de 900 menores senegaleses. Un dato que, según Masba, que tiene 47 años y que ya no se siente capaz de lanzarse al mar, es comprensible porque los pequeños no tienen temor. "Esos niños son pescadores, están acostumbrados al agua y nada les da miedo".

La oleada de cayucos, dice Masba, jamás parará. "Yo creo que aumentará porque aquí la gente joven no tiene futuro . Por eso cada vez se embarcarán más niños", asegura. Y uno es capaz de comprender sus palabras cuando llega al distrito de Pikin, al sur de Dakar, y se da de bruces con una cifras que paralizan el corazón. En este barrio, la ONG Plan España calcula que unos 100.000 niños viven en condiciones de miseria extrema. Muchos deambulan por la calle, condenados a padecer toda clase de enfermedades, incluido el sida, y a sufrir abusos sexuales hasta en sus familias. A otros, sus padres los regalan a las escuelas coránicas en donde a cambio de aprender El Corán los pequeños tienen que pedir limosna para sostener a sus superiores.

Es una realidad tan apabullante y desoladora que una joven española contaba que un día, caminando por Dakar, una madre le entregó a su hijo en brazos. «Te lo regalo», le dijo.

"Aquí siempre serás pobre"

La sensación que se capta en las calles de Dakar o en las de Sant Louis, al norte del país, es que los senegaleses creen que por más que trabajen siempre serán pobres. Tapha, residente en la capital, lo dice sin tapujos: "Puedes trabajar hasta la jubilación y jamás conseguirás levantar una pared" Las repatriaciones, que apenas se mencionan en los periódicos de la región, no hacen mella en los jóvenes. Cuando alguien es repatriado, las familias que pagaron por un sitio en un cayuco convierten al Gobierno del presidente Wade en el blanco de sus críticas, pero siempre están dispuestos a intentarlo otra vez. Aquí, dicen los senegaleses, "nadie acepta el fracaso".

Mostrar comentarios

Códigos Descuento