El polémico festival de música del último rey absolutista de África

  • Un festival de música se ha convertido en campo de batalla entre la oposición y Mswati III, último rey absolutista de África.
  • El certamen se ha erigido en una fuente de ingresos del rey.
  • Los teléfonos móviles, de repente, dejan de funcionar y los asistentes deben comprar una nueva tarjeta de la única operadora de móviles del país, cuyo máximo accionista es el monarca.
  • Entrar al recinto cuesta unos 60 euros, el sueldo medio de un trabajador suazi.
  • La oposición dice que con este festival se da una imagen falsa del país.
El rey Mswati III se presenta a las miles de chicas procedentes de todo el reino de Suazilandia para elegir esposa.
El rey Mswati III se presenta a las miles de chicas procedentes de todo el reino de Suazilandia para elegir esposa.
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El rey Mswati III se presenta a las miles de chicas procedentes de todo el reino de Suazilandia para elegir esposa.

El festival internacional de música Bushfire de Suazilandia, país fronterizo con Sudáfrica y Mozambique, se ha convertido en el campo de batalla entre la oposición y Mswati III, último rey absolutista de África.

El Bushfire, celebrado en la localidad de Malkerns del 25 al 27 de mayo pasado, contó con la asistencia de 17.000 personas pero con el boicot, por segundo año consecutivo, de la oposición en el exilio, que considera el certamen mera propaganda del rey.

Solo funcionan los móviles con 'tarjeta real'

Además, el festival, que lleva ya seis ediciones, se ha erigido en una fuente de ingresos de su "Majestad", como pueden comprobar los visitantes a sólo un kilómetro de la frontera de Suazilandia con Sudáfrica, donde los teléfonos móviles, de repente, dejan de funcionar. Los miles de sudafricanos que acuden al festival deben comprar una nueva tarjeta suazi de MTN, única operadora de móviles del país y cuyo 51 por ciento pertenece a Mswati III.

Las señales amarillas de MTN, patrocinador principal del evento, guían a los festivaleros por la principal carretera del país, que une la frontera sudafricana con las dos principales ciudades: la capital administrativa, Mbabane, y la capital económica, Manzini.

Mal que le pese al rey, no todo es cantar y bailar, porque al menos 20 grupos de Sudáfrica se han unido al boicot iniciado por la Red de Solidaridad con Suazilandia (SSN, por sus siglas en inglés), que agrupa a los opositores suazis en el exilio. Esos disidentes dejaron un país donde no existen partidos políticos y son perseguidos por el régimen de Mswati III, cuya elite concentra el poder político y económico del país.

Suazilandia es uno de los países más pobres de África, está al borde de la bancarrota, uno de cada cuatro adultos está infectado por el VIH y la esperanza de vida del reino no supera los 48 años.

Pero eso no aflora ante los escenarios del Bushfire, plagados de sudafricanos blancos y extranjeros que pagan para acceder al recinto 650 rands (unos 60 euros), el sueldo mensual de un trabajador suazi.

"Si viajas por el país, verás que el 70% de la gente no tiene ni electricidad, ni carreteras, ni escuelas. Es una proyección absolutamente falsa de lo que es Suazilandia", aseguraba esta semana Lucky Lukhele, portavoz de la SSN, desde su despacho en Johannesburgo.

La SSN defiende el boicot al festival como herramienta para debilitar al régimen de Mswati III, y recuerda el éxito que tuvo el bloqueo cultural al apartheid, el sistema de segregación racial impuesto por la minoría blanca sudafricana hasta 1994.

"Muchos países europeos participaron en el 'Movimiento Anti-apartheid'. Fueron muy solidarios. No es que odiaran a los sudafricanos y no quisieran que disfrutaran de la música. Es la mayor muestra de amor que podrían habernos dado", añade Lukhele.

La palabra "boicot" forma ya parte del cartel del Bushfire, pese a que sus organizadores insisten en los beneficios que reporta el festival para la empobrecida economía suazi y las organizaciones de caridad que (según ellos) reciben la recaudación.

"No nos escondemos del boicot. De hecho, creemos que ha generado un debate beneficioso y les hemos dicho a los boicoteadores que vengan a expresarse al Bushfire", comenta Jiggs Thorne, director del festival. "Nuestro argumento es que lo último que necesita Suazilandia es ser aislada. Necesitamos facilitar el intercambio de ideas, el diálogo y sacar lo positivo de esto", añade Thorne.

La oposición suazi, que ha encontrado en el boicot su mejor plataforma de proyección internacional, insiste en que este es un festival "del rey y para el rey".

"Este festival está patrocinado por MTN de Suazilandia, que pertenece en un 51% al rey, y ha sido él el que ha dado instrucciones de financiarlo para recuperar el turismo, que se ha venido abajo desde que empezamos el boicot", asegura Lucky Lukhele.

"Esto es un evento social, no es una cuestión política", explica el sudafricano Mau Sibiya, mientras sacia su apetito con una pizza.

"Esto lo que hace es llamar la atención a nivel internacional de qué es Suazilandia, el régimen que tiene y puede movilizar a más gente", dice Cristina Domínguez, una española residente en Sudáfrica.

Los espectadores suazis del festival, un 70%, según la organización, eluden las cuestiones políticas, y revelan la complejidad de una sociedad anclada en un régimen medieval.

"Es nuestra cultura, no podemos cambiarla. Está aquí para quedarse y nadie nos la va a quitar. Crecimos con ello, y no es un problema para nosotros. Sé que hay gente que no está de acuerdo", asegura la espectadora suazi Mombuleto Zwane. Mientras, la música sigue sonando en el Bushfire, aunque la oposición espera que, como dijo el poeta español Gabriel Celaya, sea "un arma cargada de futuro".

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