La modernización, el gran reto de la Iglesia

El legado de Juan Pablo II es una política exterior consistente. La asignatura pendiente, cómo adaptarse a la evolución social
Casi 27 años de pontificado de Juan Pablo II han dejado una huella imborrable, tanto por su fuerte personalidad como por la forma con la que ha guiado a la Iglesia católica. Convertido en un líder mediático mundial, el Papa deja una estela que heredará su sucesor. ¿Seguirá el estilo Wojtyla o cambiará de rumbo? La gran incógnita ahora es qué camino elegirá el nuevo pontífice.
Uno de los puntos clave es la gestión del gobierno de la Iglesia. ¿Conviene más centralismo o menos? «El denominador común es el Papa, cuya misión es mantener la unidad, pero las conferencias episcopales tienen mucho margen de autonomía», explica Rafael Navarro Valls, catedrático de derecho eclesiástico y hermano del portavoz del Vaticano.

Otras voces son más críticas y consideran que el excesivo centralismo se olvida de que no todo está en Roma y, por otra parte, de que hay otros cultos.

Política exterior

La opinión sí es unánime al valorar el papel de Juan Pablo II como defensor de los derechos humanos, de la igualdad social y su denuncia de las injusticias. Ha sido un referente ético mundial que ha confirmado la fe de millones de creyentes, según la opinión de teólogos.

Su herencia y los frentes abiertos

Enrique Miret Magdalena. Teólogo seglar

«Hay que cambiar lo que él no supo o no quiso hacer»

«El reto tras la muerte del Papa es modernizar lo que él no supo o no quiso hacer. Hay que evolucionar en bioética, en relaciones humanas, en aceptar los descubrimientos de la ciencia, en el divorcio, en el papel de las mujeres en la Iglesia, en comprender el uso de anticonceptivos... Otro punto clave es el celibato, que debería suprimirse. En cambio, el Papa sí nos dejó encíclicas avanzadas desde el punto de vista social».

Pedro Miguel Lamet. Jesuita y biógrafo de Juan Pablo II

«Hubo progreso de cara al exterior y retroceso interior»

«Juan Pablo II deja un legado exterior muy importante (derechos humanos, relaciones políticas, aspecto mediático...), pero ahora es necesario cambiar el diálogo con las voces disidentes. También, corregir el centralismo, para que las conferencias episcopales no sean un mero altavoz de Roma. Hay que revisar temas como el divorcio o los homosexuales, la ordenación de la mujer o el fin del celibato de sacerdotes».

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