Cierto día de calor, la madre de un pajarillo marchó a buscar comida. El polluelo se quedó solo en la copa de un árbol esperando el alimento y el calor de su progenitora. Pero pasaron varias horas y la mamá no regresaba, de modo que el asustado polluelo se puso a gritar: «Mamá, ¿dónde estás? Vuelve pronto, te necesito».
Se fue el sol y llegó la noche oscura con sus peligros. Una hiena que pasaba por allí oyó los gritos de auxilio, a los cuales respondió: «Pajarillo, no tengas miedo, baja del nido, que yo te ayudaré. Aunque parezco feroz, soy vieja y ya no tengo dientes. Lo único que quiero es servir para algo».
«No soy tonto y lo que quieres es comerme», contestó el desconfiado polluelo. «Y además mi madre volverá en cualquier momento».
Pasaron varios días y el pajarillo estaba cada vez más hambriento y desesperado. La hiena volvió a ofrecerle su ayuda e insistió tanto que el polluelo no tuvo más remedio que abandonar el nido, bajar del árbol y confiar en su suerte: valía más la pena morir de un mordisco que de hambre en las solitarias alturas. Y la cosa fue de perlas, porque la hiena se portó como una madre y cuidó al pajarillo hasta que se convirtió en una gran ave.
Muchas veces es mejor ser valientes que dejarnos arrastrar por el conformismo y el miedo.
Próximo viernes: 32/Las tres olas
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