La novela, según indica la editorial Planeta, permite al lector sumergirse en el ambiente de la época, a lo que también contribuye su estilo arcaizante y se presenta en ágiles retablos de ritmo rápido y sostenido con personajes que son reyes y arzobispos, damas y doncellas, caballeros y mesnadas, juglares y trovadores y una galería de personajes bien dibujados que se mueven por la codicia, el deseo de alcanzar nombradía, la defensa del honor o la mera venganza.

El retablo resultante muestra cómo era la vida en las ciudades, pueblos y aldeas de la época, los trabajos, el vestuario, las costumbres, la higiene, las fiestas, la música y la literatura. Todos esos ingredientes componen un tupido tapiz en el que no faltan aventuras, acción, emociones íntimas (el amor, el sexo, la pasión, los sentimientos).

"Los trovadores prestan sonido a una narración en la que se ve, se oye y se huele mientras desfilan ante el lector, a ritmo trepidante, amores clandestinos, pasiones desatadas, historias de amistad y esfuerzo, o de ambición y venganza, y combates singulares, todo ello salpimentado con el humor que caracteriza al autor, y que a menudo nos provoca una carcajada en las situaciones más serias del relato", señalan desde Planeta.

El hilo conductor del relato es don Gualberto de Marignane, un caballero provenzal que acude a Zaragoza en demanda de justicia porque quiere recuperar su feudo y se encuentra enrolado en la tropa que marcha a la cruzada contra los moros. El caballero se enamora de doña Eliabel, esposa de su rival y enemigo y vive con ella un romance adulterino, a la sombra de la comprensiva e inteligente abadesa de Fontevraud.