Estatuas vivientes, arte callejero

  • No se sienten mimos y reivindican el valor artístico y de denuncia de su trabajo.
  • Las estatuas vivientes pueden llegar a cobrar 1.200 euros al mes.
  • Inmóviles, observan el teatro de la vida.
Manso interpreta al 'viajero borracho', una de las estatuas vivientes que pueblan la plaza de Callao de Madrid
Manso interpreta al 'viajero borracho', una de las estatuas vivientes que pueblan la plaza de Callao de Madrid
Jorge París
Manso interpreta al 'viajero borracho', una de las estatuas vivientes que pueblan la plaza de Callao de Madrid

La Rambla de Barcelona no sería la misma sin sus estatuas vivientes. La arteria más internacional de la ciudad cuenta con 30 artistas de la pose. Y cada vez es más habitual verlos en el centro de casi todas las ciudades. De hecho, un español, el alicantino Jaime Jurio, ganó a primeros de mes el premio del festival mundial de estatuas vivientes celebrado en Arnhem (Holanda) por su representación de Crash –un hombre que tropieza y cae boca arriba sobre unas cajas–.

En Barcelona el trabajo de las estatuas vivientes está regularizado por el Consistorio desde 2010. Tienen 15 lugares asignados para actuar y se los reparten por parejas en dos turnos de seis horas. Hay monstruos, personajes históricos, como Dalí, y uno divino.

Karen es el ángel de la Rambla desde hace 12 años. Su pareja, Jorge, también es estatua (Gaudí). Y juntos sobreviven con ello: "Haciendo lo que más nos gusta", afirma esta argentina de madre madrileña. Su formación es de ballet clásico. Pero se decantó por el arte callejero "porque la vía pública es un teatro ambulante", dice. Tiene 30 personajes, pero con el de ángel se identifica: "Es sublime, etéreo, mágico".

Cada moneda que le lanza un transeúnte es una "entrada" a su teatro privado. El bote con la recaudación lo tiene atado para evitar el pillaje. Karen se siente respetada por su trabajo. No ha padecido faltas de respeto, quizá "porque mi personaje impone", comenta. Uno de los motivos por los que sigue en la Rambla es su "buen clima".

Estatuas comprometidas

Entre las variadas estatuas vivientes que recorren, decoran y ponen arte al centro madrileño, hay viajeros, lavanderas, barrenderos y... una que resulta bastante familiar. Es ya un clásico en la ciudad. Hablamos del minero y su borracho. Javier y Manso, el catalán y el madrileño que llevan a cabo la escultura, trabajan juntos desde hace tiempo, y tienen claro que ni quieren limosna ni tienen algo que ver con los denominados globeros: "Los que disfrazados de Mickey Mouse dan globitos a los niños para intentar sacar dinero a los padres", dice Manso molesto. "Y tampoco somos mimos", recalca este madrileño de más de 50 años que durante 20 fue DJ.

Javier, que es quien encarna al minero, habla de la crítica social que se esconde tras sus números. No le basta con hacer de estatua sin más..., porque esto para él es una clara forma de arte, y en el arte hay denuncia. Nos dejan quedarnos y retratarlos mientras Javier se va transformando en minero (Manso ya está listo). En 20 minutos están caracterizados, y su jornada, por la que suelen obtener al mes unos 1.200 euros, nunca va más allá de las cinco horas. Cada número (o pase, dicen ellos), dura unos 40 minutos, luego descansan, y después, otra vez, a la total quietud, que es la clave de su trabajo.

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