La cantimplora del Ejército

El coronel ya no puede más.
A los 60 años se le escapa la vida. Ha tenido fuerza para guerrear con soldados y mujeres, pero lo que no ha podido el cáncer, lo puede la tristeza. Ya no se ríe con aquellas convulsiones, que le obligaban a mover sus 80 kilos excelentemente distribuidos a los largo de 1,87 metros. No quiere comer. Prefiere irse del mundo en una caja de fósforo. Se ha pasado toda su vida ahorrando y ahora no quiere un sarcófago señorial. Le vale con uno del montón donde pueda caber un amasijo de huesos y 47 kilos de carne vieja. Atrás deja tres hijas y los deseos de tener un varón que ninguna de sus dos esposas pudo darle porque se ve que sus espermatozoides iban todos con falditas. Nunca quiso que sus niñas siguieran la carrera militar. «Mis hijas no van a ser la cantimplora del Ejército». Tampoco quería que abandonaran la Revolución. Dos de ellas están en Murcia y la pequeña no ve la hora de escapar de Cuba. El coronel se está muriendo y no tiene nietos. Se va con la impresión de que sus hijas, de 32, 31 y 27 años, sólo pueden hacer una buena carrera fuera de la cama. Mi padre se muere.
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