CouchSurfing: dormir hasta en el infierno

  • Prestar tu sofá a un amigo que viene de visita es una tradición ancestral que algunos visionarios han convertido en una comunidad 'on line'. El CouchSurfing no deja de crecer en número de adeptos que te ofrecen su casa hasta en los lugares más remotos del mundo.
CouchSurfing
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Esther Gebauer
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Érase una vez una casa encantada de abrir sus catorce habitaciones a orillas del mar Adriático a los amigos de una pareja romana, guionista él, arquitecta ella, ambos en paro pero de familias buenas. Érase que el 18 de junio celebraban su segunda fiesta anual de bienvenida al verano. Érase que en la lista de invitados de este año se escribían nombres de Austria, Grecia, Polonia, Letonia, Escocia, España, Francia, Dinamarca y hasta de Estados Unidos y Canadá. Porque sucedió que el 8 de noviembre de 2010, Tommasso y Maddalena se unieron a la comunidad del tresillo, CouchSurfing, una red mundial de intercambio de hospitalidad con más de un millón de sofás para dormir gratis hasta en el fin del mundo. Literal.

Fue en tiempos de Maricastaña, allá por 1999, cuando los vuelos de bajo coste empezaban a ser reales y la magia de Internet nos hechizaba rápidamente: Casey Fenton, un estudiante de tecnología de 26 años que consiguió un billete desde Boston a un país muy, muy lejano envió 1.500 mensajes en una botella virtual a otros tantos universitarios islandeses, preguntando si alguien le prestaba un sofá donde dormir. Cincuenta respondieron positivamente, ofreciéndole un techo bajo el que cobijarse o sencillamente acompañarle durante su visita a Reikiavik. Resultó que el estudiante pasó el mejor y más loco fin de semana de su vida conviviendo con sus iguales y conociendo el lugar como nunca hubiera soñado verlo. Y Casey se juró no volver a ser un turista empaquetado nunca más.

Cual un Cristóbal Colón con GPS, de vuelta a casa dejó miguitas mentales por el camino, tres amigos se dejaron embrujar y en el año 2004 de esta era botaron al proceloso mar cibernético la nave de prueba www.couchsurfing.org. Cuentan que, en las siete primeras noches, 17 tripulantes se subieron al barco y que, un año después, el arca albergaba 6.488 sofás. En 2009, la flota surcaba a una velocidad nunca inferior a 12.000 nuevos nudos por semana. A mediados de junio de 2011, el ejército CS (CouchSurfing) contaba con 2.856.521 personas unidas por el deseo de viajar y de hacerlo sin la tópica guía de papel del planeta solitario, porque no estarían solos y sus guías tendrían piernas.

Érase que está siendo un tiempo en el que la quimera de un posible mundo mejor se ha hecho realidad y en el que se puede tener amigos en todas partes y viajar sin gastar mucho dinero. Sucede que hay mapamundis de sofás del reino de Babel de cuento de hadas en que se ha convertido el planeta gracias a las webs de intercambio de hospitalidad.

Después de la Segunda Guerra Mundial se creó Servas, organismo reconocido por la ONU; hay redes dedicadas a ciclistas, a autoestopistas, a músicos y hasta específicamente para punks. Hay otras que cobran algo por hacerse socio y/o intercambian trabajo por alojamiento, como la granjera y a veces polémica WWOOF; las hay que alquilan barato un trozo de césped, como la reciente Camp In My Garden británica; y por haber, las hay hasta que pagan, como Auto Drive Away DC, para recoger sus autocaravanas de alquiler en algún punto de EE UU y conducirlas a su campamento base; por no hablar del intercambio de casa.

La base es la confianza

Hospitality Club surgió más o menos al mismo tiempo que CouchSurfing y se financia con publicidad on line. CS, ni siquiera. Sus casi tres millones de miembros con una media de edad de 28 años (aunque en junio había 521 de más de 80 años), repartidos en 246 países (hasta la Antártida y el Ártico), que hablan 340 idiomas diferentes (inglés, francés y español, en el podio; pero hay hasta pemones caribeños y yapeses de la Micronesia. Disculpad la profusión de datos: la página de estadísticas de la web es de las que más ilusionan, después del mensaje de aceptación de una petición de sofá en el buzón del postulante)... tienen la opción, y la ejercitan, de enviar donativos y de hacerlo, además, como medio para aumentar la seguridad de la red, el principal resquemor del que se muestra reticente a utilizar CouchSurfing.

Una buena dosis de confianza recíproca en el ser humano se hace esencial, pero los miedos inmediatos del novato se salvan con el chasquido mágico de los dedos sobre el teclado: leyendo atentamente los perfiles de usuarios (cuanto más completos, más posibilidades) y preguntándoles lo que se desee. La seguridad se contrasta con las referencias de los alojados anteriormente: es casi imposible encontrar una negativa. Además se puede hacer un donativo con una tarjeta de crédito que verifica el perfil y la dirección.

CouchSurfing es totalmente gratuito y altruista y está prohibido pedir o recibir dinero por el alojamiento. El sentido común aconseja tener un detalle con los anfitriones; lo más socorrido y empleado son los pequeños regalos tipo barritas de incienso y/o al menos fregar los platos. Porque la base de esto —conocido técnicamente como intercambio de hospitalidad— es, obviamente, el respeto. Trátalos como te gustaría ser tratado.

Había una vez que Couchsurfing se utilizaba para ahorrarse el dinero del hotel o las molestias de compartir dormitorio múltiple en un albergue lleno de ruidosos tuentis, pero como dice Consu Rosillo, catalana que es miembro de la comunidad couchsurfera desde 2006, «lo de ahorrar pasta, en algunos países como en el sureste asiático no vale ni la pena porque el alojamiento es muy barato». Cual elfos en Tierra Media, Alta o Baja, los couchsurfers (cuchis, los ha traducido un gallego) abren sus casas y/o sus vidas al mundo amigo. Hay perfiles que no ofrecen alojamiento, pero sí compañía para charlar, tomar algo, llevarte a una fiesta o a recorrer la ciudad. Consu la utiliza «básicamente para contactar a gente autóctona y viajar a mi estilo, que es conociendo su cultura y tradiciones. Muchos de mis anfitriones ahora son amigos e incluso los conocí porque los alojé yo antes en Barcelona».

Capitán Fenton ha contado que «cuando el sistema de CouchSurfing falló en junio de 2006, fue rápidamente reconstruido por la propia comunidad y eso marcó un punto de inflexión en la organización». Así que la misión de CS cambió, se amplió y, como alardea y repite su web, ahora se trata de construir «un mundo donde todos pueden explorar y crear significativas conexiones con las personas y lugares donde se encuentran». Quizá por eso Tommasso y Maddalena, la pareja italiana, se declaran «completamente adictos» en su perfil de cuchis, y para demostrarlo cuentan que han alojado a más de 40 personas desde que se mudaron a su amplio piso cerca del Vaticano y abrieron su perfil y su casa. «A los surfers que nos han caído mejor les hemos invitado además a venir a la fiesta de verano en el Adriático», explica el guionista.

Cuenta y no para de contar amigos Flohfish, residente en Berlín: 1.508, con 881 referencias positivas, 15 neutrales y una negativa que resulta ser una broma húngara. Es el que más tiene. El mismísimo príncipe valiente Casey Fenton cuenta y para en 591 amigos y 270 positivas. La argentina Aniko Villalba asegura en su blog que Kuniaki Tokura ha alojado en Singapur a más de 700 cuchis. Nelia Valente, portuguesa de Faro mudada a Oporto, solo se estrenó como anfitriona tras nueve meses, cuando estaba a punto de dar a luz «el primer encuentro ibérico de CS. Lo hicimos en Oporto entre los días 26 y 29 de mayo. Han estado 66 personas de 15 países distintos. Hemos tenido tour, cenas, picnic, juegos tradicionales, movida nocturna, fiestas, y lo terminamos en una bodega de vino de Oporto. A todos les ha gustado mucho». En julio se desvirgará también como alojada en Madrid.

Si cielo e infierno existieran, el mismísimo Diablo probablemente estaría en CouchSurfing, y seguramente habría cuchis dispuestos a hacerle una visita. ¿Cuántas peticiones tendría Dios? Y colorín colorado, este cuento solo ha comenzado.

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