Tuve que aprender lo que es un tornillero, que no tenía ni idea, para trabajar en una pequeñísima fábrica a las afueras de París. El problema no era el trabajo en sí, sino que al ser muy precario no me daban un certificado oficial y sin él era muy difícil conseguir una vivienda. Eran tiempos remotos, allá en el año 59, y los jóvenes nos preocupábamos más del futuro que del presente. El sueldo era mínimo, por lo que dormía en un sofá del pintor Eusebio Sempere y convivíamos con otros estudiantes y pintores, como el también fallecido Salvador Victoria. No lo recuerdo con alegría, pero sí con enorme cariño.