Quien busque el paraíso debe visitar Dubrovnik, la perla del Adriático, en Croacia. Allí aguarda una ciudad bella, con magia, amurallada, con su puerto viejo, llena de callejuelas, plazas, iglesias, monasterios, palacios y torres. Enamoran sus casitas con tejados rojos y piedra clara de la isla de Bràc y su espectacular paisaje montañoso sirve de frontera con Bosnia-Herzegovina. Cuesta creer que no hace mucho hubo en este trozo de tierra una guerra larga, trágica y dura. Uno queda sorprendido cuando comprueba que allí las playas son de piedra (es imprescindible llevar zapatillas para el baño) y que el mar es de un azul intenso cristalino que invita a la paz del alma. En 20 minutos un barco nos puede llevar a una de las 13 islas Elafiti o a Cavtat, un pueblo marinero de cuento de hadas. Para comprar, hay coral y artesanía textil. Para comer, mejillones.
El reino de los peatones
El centro de Dubroknik (la antigua Ragusa) es el reino de los peatones. La fuente de la foto tuvo que ser protegida durante la guerra con sacos de arena. A pocos metros hay un monasterio donde cada día abre una de las farmacias más antiguas de Europa. Allí venden productos hechos con recetas milenarias, como el agua de rosas para la piel.
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