Picasso y las enigmáticas caras de las Señoritas de Avignon, Matisse, Modigliani, expresionistas alemanes como Grosz o Schmidt-Rottluff..., todos se dejaron seducir a comienzos del siglo XX por la sencillez perturbadora de las máscaras africanas.
Eran tan viejas como el mundo, pero nuevas para los europeos, deseosos de encontrar países sinceros, sin imposturas, alejado de la locura de las guerras mundiales que amenazaban entonces con crecer como tumores en el viejo continente. La máscara africana se convirtió en un icono visual para el mundo occidental.
El Metropolitan Museum of Art de Nueva York inaugura estos días Reconfiguring an African Icon (Reconfigurando un icono africano), que reune obras de cinco artistas de África, Europa y Estados Unidos: Man Ray, Lynda Benglis, Willie Cole, Calixte Dakpogan y Romuald Hazoumé.
Todos asombran por la manera en que han tejido su arte alrededor de las máscaras. Desde la exquisita fotografía de Ray hasta el ansia de reinvención del africano Hazoumé, la exposición prueba que ya no son objetos rituales ni los supuestamente rústicos y populares fetiches de madera con que se caricaturiza una tribu.
Clásicas, acompañando a un rostro lechoso y sereno, hechas de vidrio, bidones de gasolina, tacones de zapato o tenedores y latas... La máscara africana ya es un motivo clásico.
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