En 1947 viajó a París para realizar un curso de cine de unas semanas, pero la ciudad le atrapó y su estancia se prolongó cinco años. Durante ese tiempo fotografió la capital, que trataba de recuperarse de la ocupación nazi, desde una perspectiva melancólica, retratando unas calles vacías que contrastaban con el bullicio que reflejaban otros compañeros de profesión. Conoció también al que sería su gran amigo y mentor, Brassaï. Sus viajes por Europa despertaron su atracción por los entornos naturales y sus habitantes. El encuadre que utilizó con los labradores y pescadores buscaba resaltar su dignidad humana, del mismo modo que intentaba reflejar a los obreros como individuos auténticos, al margen de sus condiciones laborales.

A su vuelta a Nueva York, siguió centrándose en los individuos dentro de una gran ciudad. Realizó una serie de fotografías sobre la Penn Station en la que, esta vez desde el exterior, reflejaba la personalidad y emociones de los pasajeros. Stettner puso mucho empeño en “revelar lo que no se ve fácilmente, captar lo más significativo, enriquecer nuestra percepción de la vida”. Ya en la década de 1970, su compromiso social y con el proletariado le llevaron a intensificar su activismo político. De nuevo, utilizó su cámara para dignificar la profesión de los obreros y humanizarlos, así como para reflejar las manifestaciones contra la guerra de Vietnam.

Filósofos como Platón o Marx, así como el escritor Walt Whitman, influyeron mucho en Stettner. De hecho, el libro de Whitman Hojas de Hierba le acompañó desde su juventud, ya que compartía con el literato su humanismo y su interés por la belleza de lo cotidiano. A partir de los 80, comenzó a experimentar más con los reflejos, las sombras y los encuadres descentrados.

Ya en la década de los años 2000, Stettner se lanzó al uso del color tanto en Nueva York como en París para captar la sobrecarga sensorial de las escenas, evocada mediante una composición descentrada. Sus últimos años le volvieron a llevar al entorno natural. De la mano de su familia, fotografió los montes Alpilles (Francia) por considerarlos “un lugar mágico” y cuyas instantáneas le permitían reflejar su estado de ánimo y reflexiones filosóficas.