Ya era, entonces, un diablillo eléctrico con el balón en las piernas, un relámpago que solo podía parar doña Christine, su madre, una señora de armas tomar, encargada de poner orden en una familia de seis díscolos vástagos. Mba-pele-pé, quedaba muy lejos, así que su ídolo era Roger Milla, quien nada mas verle tocar la pelota en Douala, le nombró su sucesor sin dudarlo un solo minuto. «Era cuando mejor jugaba al fútbol, cuando mas técnica tenía, hacía cosas con la pelota que ahora soy incapaz de repetir», me dijo la última vez que hablamos.
Ya tiene dos hijos reconocidos, y sigue siendo un tipo caliente, amante de los coches rápidos y la música zaireña. Mañana, pisará el césped del Bernabéu, donde siempre quiso triunfar y no pudo.
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