Con un Cristiano Ronaldo rabioso, mágicamente en forma (para estar aún en los entremeses de la temporada), y un eficaz Toni Kroos, que parece que llevase años vestido de blanco, el Real Madrid ha conquistado, por segunda vez en su historia, la Supercopa de Europa.

Su rival, el Sevilla, brilló con intermitencia –apenas probó a Iker Casillas, que firmó una actuación correcta, parando con solvencia cuando fue necesario– en un duelo que tiene algo de cita inoportuna, de pachanga con ínfulas, aunque a nadie le amarga un título, y menos al Madrid de la era postdécima, que sigue con hambre como si nunca hubiera comido.

El partido comenzó tímido, con los dos equipos midiendo su momento físico y asimilando los dibujos tácticos y las novedades individuales. Con el paso de los minutos, el Madrid fue imponiendo su ritmo y llegando al área sevillista con osadía creciente. Un mayor empuje que preparó el gol de Cristiano, tras una asistencia telegrafiada de Gareth Bale, otro de los destacados de la noche.

Con el equipo de Ancelotti por delante en el marcador, el encuentro perdió en emoción, pero no en intensidad. El Sevilla mantuvo la compostura durante la segunda parte, pero no pudo contener la maquinaria madridista, calibrada con precisión germana desde el centro del campo. Con el control del balón y las ocasiones, el segundo zarpazo de CR7 selló la crónica victoriosa del primer trofeo de la temporada.

Ante la perspectiva de un título menor (que lo juega el mejor, el vigente campeón de Europa, y el segundo mejor –con el permiso del Atlético, subcampeón en Lisboa–, el de la Europa League), el interés del partido estaba en cómo se desenvolverían en su primer partido oficial las nuevas incorporaciones del Real Madrid. Un extraordinario Toni Kroos, que no perdió un balón en los noventa minutos, superó en la balanza de los elogios a James Rodríguez, que se mostró inquieto e impreciso, aunque dejó contados destellos de su revalorización mundialista.