¡Por aquí no pasas, por allí tampoco!

Durante el intérvalo entre las ocho de la tarde y la una de la mañana, pocos habitantes de Pekín se quedaron en sus casas: o el Nido, o la calle. La ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos estaba en marcha.

Los 14 millones de habitantes de la capitan china, o casi todos, participaron activamente en el gran día en que su ciudad y país se situaba en la primera fila del escaparate mundial. Así, en las calles externas al perímetro olímpico, riadas de personas inundaban las aceras. Dos instrumentos no faltaban en el decorado de cada habitante, la cámara de fotos y la bandera china. Todos ellos asistieron a un espectáculo de luz y sonido que también se podía disfrutar e intuir desde fuera.

El ejercicio de patriotismo llegó hasta el centro de prensa, donde más de 500 voluntarios jalearon a su delegación.

El contraste, pues si en un país existe ése es China, también era evidente. Frente a los miles y miles en el exterior, todas las calles cercanas al Nido estaban cerradas y selladas por un perímetro de seguridad intraspable.

"Somos unos 20.000", comentaba un soldado, firme en la custodia de una entrada para los medios de comunicación. Él era una excepción, pues los hombres de verde miran, niegan y se ponen firmes cuando se les requiere por cualquier motivo.

En el cielo pequinés, aquel que no conoce la luna, varios helicópteros sobrevolaban El Nido, pero a gran altura, pues los fuegos artificales andaban cerca. "Nunca se sabe por donde viene el peligro, por eso hay varios volando. Tenemos que controlarlo todo", afirmó un encargado de seguridad.

El clamor fue trueno en el momento que el equipo chino, comandado por el gigante Ming, salió al escenario. Todas las calles de Pekín gritaron a la vez. Por suerte, no saltaron, que ya se sabe lo que podría pasar si lo hiciesen...