Oro, incienso y Messi

Messi, en lance del juego.
Messi, en lance del juego.
EFE
Messi, en lance del juego.

Tengo por seguro que no soy el primer aficionado que se ha imaginado entre los veintidós jugadores de un partido de Primera División. Y doy por hecho que serán muchos los que se habrán preguntado, como yo, cuánto resistirían sobre el césped sin ser descubiertos. Ocultos en el mediocampo o en el lateral derecho, sin complicarse la vida, protegidos por la inercia de un equipo muy superior y refugiados, esto es importante, en nuestro cuerpo de los veintitantos años, cuando nada nos cansaba o engordaba.

He fantaseado muchas veces con esa idea y nunca había tenido problemas, ni morales ni deportivos, para encontrarme una plaza en el once titular, generalmente incrustado en una línea de cuatro mediocampistas, responsable de una aportación mínima que sería muy valorada por los críticos que teorizan sobre lo invisible.

El sábado por la mañana, justo antes del Real Madrid-Granada, volvió a asaltarme ese pensamiento recurrente. La novedad histórica es que no me encontré sitio entre los titulares de blanco, ni en el banquillo del mismo color, y hasta me costó hacerme un hueco en la grada en la zona de los descartes. Por primera vez en mi vida sentí que ni la imaginación ni el esquema me ofrecían un escondite y sería descubierto al instante.

No me costó entender, según caían los goles en el Bernabéu, que, aunque mis sueños siguen volando a la misma altura, la realidad ha subido el listón. No hay nada accesorio en este Real Madrid. Cada futbolista, titular o de reemplazo, tiene el valor de influir en la personalidad del conjunto, de añadirle un matiz. A partir de una solidez de montaña nepalí, el equipo es distinto con o sin James, pero siempre excelente, y la excelencia no varía al incluir en la ecuación a Isco, Lucas Vázquez, Asensio o Morata. Si coinciden Marcelo, Casemiro y Modric (cromos únicos) cualquier combinación es aceptable porque cualquier combinación es ganadora.

Después de acumular 39 partidos invicto, y superado el Cabo de Hornos de la Navidad, el Real Madrid está más próximo al todo que a la nada. Ahora mismo es más fácil que gane la Liga que que la pierda; en esto estaremos de acuerdo. La Champions no permite candidaturas tan claras (nadie ha repetido título en el actual formato), pero no se puede discutir la pole a quien ha ganado dos de las tres últimas ediciones. Quizá la Copa del Rey sea el torneo de previsión más difusa por estar encajado entre otras competiciones relevantes; dicho lo cual sería de locos descartar a quien viene de golear al Sevilla.

Zidane es el principal responsable de este paisaje sin nubes. Le ayuda, por supuesto, la exuberancia de una gran plantilla. Sin embargo, el ensamblaje pacífico de tantos egos y susceptibilidades le corresponde exclusivamente a él. Es evidente que no ha inventado la WM, pero ha conseguido una armonía que vale tanto como un sistema patentado. Armonía dentro y fuera. Educación, estilo, buen talante, aquellos valores de los que se renegó en los tiempos de la histeria.

Está claro que quien es fiel a su identidad nada a favor de corriente. Y bien que lo comprobó el Atlético. Después de mucho buscar destino en catálogos de la Polinesia, en Eibar dio con su paraíso perdido: campo helado, fútbol áspero y defensa numantina (Giménez de centrocampista). La interacción de todos esos ingredientes metalúrgicos dio como resultado la victoria y el gol de Griezmann (821 minutos sin marcar en Liga). Los defensores del jogo bonito son cada vez son menos; hasta Simeone ha entregado las armas.

El Barcelona también estuvo cerca de la rendición. Messi salvó un punto en el último minuto con un lanzamiento de falta perfecto. Lo marcó por el palo del portero, pero tal fue la precisión del disparo que lo hubiera podido colar por la axila del guardameta. Aunque el genio evitó el naufragio total, el Barça se aleja a cinco puntos del Real Madrid, que serán ocho si el líder gana al Valencia en partido aplazado. Ahora escuecen más las vacaciones escolares que Luis Enrique concedió a Piqué, Messi, Neymar y Luis Suárez. Se marcharon tres días antes que el resto y regresaron tres días después. Resultado: derrota en San Mamés y empate en Villarreal. Añadan el posible traspaso de Rakitic y advertirán el olor a crisis.

Entretanto, en los barrios bajos de la Liga los cigarros se encienden sin mechero. Eso sí, cada uno gestiona el pánico a su manera. El Granada ha querido probar lo nunca visto y tras el 5-0 del Bernabéu ha renovado a Lucas Alcaraz hasta 2018. Otros siguen el esquema tradicional. En Pamplona van por el tercer entrenador y en Mestalla han visto pasar los mismos. La confusión de los respectivos presidentes recuerda al chiste de aquel emperador que, al no lograr que su mujer gozara en la cama, culpó al esclavo nubio que los abanicaba. Furioso, agarró el abanico e intercambió posiciones con el siervo. En cuanto la emperatriz comenzó a aullar, el César exclamó: "Ni abanicar saben".

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