Recién proclamado campeón del título mundial en Copenhague el pasado 25 de septiembre, el británico Mark Cavendish se acordó de su compatriota Tom Simpson, aquel ciclista que logró el arcoíris en 1965 y se obsesionó tanto con el Tour que perdió la vida en 1967, malas prácticas mediante, en la ascensión al Mont Ventoux. La estela que recuerda a Simpson con la cumbre en ciernes es parada obligada de cicloturistas y visitantes en uno de los santuarios del ciclismo.

Parada. Pero también mudo testigo de iniciativas como la Win4youth de Adecco, a través de la cual 75 trabajadores afrontaron los más de 22 kilómetros de ascensión hasta la pelada cima, a casi 2.000 metros de altura, del gigante de la Provenza, un rincón dominado por los vientos que honran su nombre.

El más rápido tardó dos horas; el menos se fue más allá del doble y tal vez hizo una pausa. Pero llegó. "Aquí no hay extraterrestres –bromea Ignasi Muñoz, que junto a Javier Rodríguez, Silvia Alcaina y Alberto Holgado representan a España–, somos gente normal que le dedica un poco de tiempo y pasión a un reto con su lado benéfico".

Solidario, sí, porque la empresa convierte en dólares los kilómetros acumulados por los voluntarios, tanto en el Ventoux como en todas sus experiencias ciclistas del año. Y la cantidad final se destinará a proyectos en Río de Janeiro, Haití y las islas Filipinas.

"Al principio me daba respeto", recuerda Alcaina en la cima. "Una subida así, con un componente de ayuda... Tengo dos niños y no ha sido fácil conciliar los entrenamientos con la familia. Pero un día subí Calar Alto y la Tética de Bacares, en Almería. Y el Ventoux dejó de ser inalcanzable".

Los promotores de la Win4youth habían calculado alcanzar los 500.000 kilómetros, pero ya se ha superado el millón a menos de tres meses de que concluya el año. Porque todos, coinciden con el rostro iluminado, intensificarán sus lazos con la bicicleta.