ÁNGELES CASO. PERIODISTA
OPINIÓN

Ni descorbatados me los creo

Ángeles Caso.
Ángeles Caso.
JORGE PARÍS
Ángeles Caso.

Toda la vida me he empeñado en pensar que la mayoría de la gente es buena. Hasta los políticos de siempre, qué quieren que les digan. Sí, con mi tendencia a la confianza –por no llamarlo ingenuidad–, he querido creer durante mucho tiempo que era verdad eso que ellos tanto se llenan la boca diciéndonos, ya saben, lo de que la mayor parte de los políticos son gente honrada y que los ladrones son «unas cuantas manzanas podridas», etc. etc.

Pero pasan los años, los meses, las semanas y, últimamente, hasta los días, y mi tonta confianza se va haciendo añicos, estrellada contra la dureza de roca de la realidad. Ya no nos caben en este triste país más escándalos, más casos cutres y casposos de corrupción, de mentiras y engaños, de desvergüenza, de ineptitud. El que no ha robado -me refiero a los miembros de los partidos históricos, o 'viejos', en el peor sentido de la palabra-, ha mirado hacia otro lado mientras robaba su vecino. Quien no ha sido un inútil gestionando los asuntos públicos y el dinero de todos ha permitido que lo fueran sus compañeros. Y todos callados, porque el que se enfrenta a lo establecido, ya se sabe, se va inmediatamente a la calle.

Eso sí: todo eso lo hicieron siempre elegantemente vestidos. Durante años y años, mientras nos saqueaban, nuestros políticos han sido unas señoras y señores de pulcro vestuario, zapatos finos y corbatas de seda. Ladrones y cómplices silenciosos de guante blanco, camisa abotonada hasta el cuello y melenita recortada. Nada de malas pintas, por Dios, ropa cara y restaurantes caros y coches caros y chóferes y carteras de auténtica piel.

Debían de creerse que todo eso les confería autoridad y prestigio. Ahora, de pronto, han descubierto que no, que los tiempos han cambiado, y que lo que triunfa es tirar la corbata por la ventana, llevar zapatos cómodos y mostrarse dicharachero y 'sencillo', como uno más. Han visto que eso les funciona a los nuevos partidos, y han decidido probar suerte. Así que ahora tenemos que soportarlos mintiéndonos en mangas de camisa, en medio de la calle, haciendo chistes malos en sus vídeos de campaña y hasta amenazando con ponerse a bailar bachata: les juro que he visto al ministro de Exteriores en funciones diciendo que se la da muy bien la salsa. ¿O fue una pesadilla...?

No sé si prefiero lo de antes o lo de ahora. Más bien, ninguna de las dos cosas. Los restos de inocencia que aún me quedan no me dan para creer ni en la impostura antigua del traje de buen corte ni en la actual de la campechanía. Lo que aún no parecen haber descubierto ni los políticos ni sus jefes de campaña es que los ciudadanos no solo no somos idiotas sino que, además, estamos hartos de que nos traten como si lo fuéramos.

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