Una vida de película ha llegado a su fin. O de varias películas, porque se trata de la del sargento británico Bill Day, uno de los últimos supervivientes de la unidad de asalto inglesa que inspiró al escritor Ian Fleming para escribir la conocida saga de James Bond.

Day, uno de los últimos supervivientes de la Unidad de Asalto 30 (30AU), que murió a los 95 años dejando a una mujer y dos hijos, tuvo un papel fundamental en la invasión aliada de la Europa ocupada por los nazis durante la II Guerra Mundial (1939-45).

Fue precisamente Fleming quien ideó la unidad especial Comando 30, durante su etapa como director de la Inteligencia Naval británica. Su objetivo era operar como avanzadilla del Ejercito aliado para hacerse con información. Así, su primera operación fue la captura de la base militar alemana en Douvres-la-Delivrande (en la Normandía francesa) durante el desembarco aliado. Gracias a esta maniobra, lograron hacerse con documentos de gran valor para la inteligencia aliada.

Pese al éxito, el pelotón sufrió numerosas bajas, por lo que tuvo que regresar a Reino Unido. Una vez recuperado, el Comando 30 volvió al campo de batalla. Tras unirse al avance aliado hacia París, entraron en al ciudad sin oposición y su capitán, Pike, se convirtió en el primer oficial de su bando en tomarse una copa en el Ritz parisino.

Las hazañas y aventuras de Bill Day y sus hombres continuaron en Bremen, Hamburgo, Kiel y el campo de concentración de Fallingbostel, donde liberaron a 70.000 polacos y rusos.

Unos meses después de que la guerra llegase a su fin, Fleming recopiló las aventuras del Comando 30 en un manuscrito mecanografiado por Margaret Priestley, quien años más tarde valdría de inspiración para el personaje de Monneypenny. Esos documentos fueron almacenados en el Archivo Nacional Británico.

Lejos de la fama de Sean Connery,  Pierce Brosnan o Daniel Craig, entre otros, el sargento Day, que había entrado al Ejército con 17 años y fue guardaespaldas del primer ministro Winston Churchill, declinó a las chicas Bond para pasar el resto de su vida entre otros dulces, los de una empresa de confitería de York.