ÓSCAR ESQUIVIAS. ESCRITOR
OPINIÓN

¡Los wagogo en España!

"¿Y quiénes son los wagogo?", se habrán preguntado muchos lectores al leer el titular. "Wagogo" es el plural de "gogo", nombre de un grupo bantú que habita en la región de Dodoma, en el centro de Tanzania. Y aunque su nombre no les suene, deben saber que son famosos mundialmente por poseer un tesoro inapreciable: su música tradicional. En noviembre van a venir a tocarla y cantarla a los mejores escenarios de Europa (¡y también de España!).

Lo primero que hay que decir es que no son músicos profesionales, ni miembros de una agrupación folclórica, ni nada que se le parezca. Son gente corriente del poblado de Nzali: hombres y mujeres, campesinos, ganaderos, comerciantes, gente corriente, como usted y como yo, que han dejado por unas semanas sus casas y sus ocupaciones para venir a cantar, tocar y bailar a Europa, y que cuando este viaje termine volverán a pastorear sus cabras, a montar sus puestos en el mercado y a cultivar maíz (y a contar, a buen seguro, muchas anécdotas del exótico país de los wazungu –los "hombres blancos"–, esos seres tan extraños que madrugan muchísimo para viajar a toda velocidad bajo tierra mientras leen el periódico o escuchan música enlatada, ¡qué vidas tan raras!).

De hecho, los wagogo no entienden lo que significa ser un músico "profesional". El etnomusicólogo español Polo Vallejo (que ha convivido con ellos y ha grabado y estudiado su música) cuenta que cuando llegó a Nzali por primera vez y le preguntaron su profesión, se echaron a reír al oírle: "profesor de música". Para los wagogo, eso suena tan disparatado como si a nosotros alguien nos dice que se gana la vida enseñando a la gente a sonarse los mocos. En Nzali todos son músicos y aprenden a cantar y bailar desde la infancia, sin que nadie en especial se encargue de enseñarles. La música está presente en todos los actos de la vida cotidiana: cada rito, cada labor agrícola o doméstica, cada fiesta o estación del año, cada ceremonia, todo, tiene una música específica. Todos cantan, todos bailan pero, curiosamente, sólo ellas tocan los tambores (ellos pueden tocar el izeze –una especie de violín, el mkwajungoma –xilófono–, la ilimba –lamelófono– y otros instrumentos que, por supuesto, construyen ellos mismos, porque si en Nzali no existe conservatorio, mucho menos hay tiendas de música).

Sus cánticos suelen ser polifónicos y se distinguen por su gran belleza y complejidad, por su vitalismo arrebatador. Yo soy incapaz de escuchar sus discos (grabados in situ por Polo Vallejo y muchos publicados por Ocora, la discográfica de Radio France) sin sentir una inmediata felicidad. Vallejo, el mayor especialista en esta música, le ha dedicado también varios libros. El último acaba de salir de la imprenta, en una exquisita edición. Se titula Acaba cuando llego (Swanubooks, 2016), contiene sus cuadernos de campo tanzanos y está lleno de anécdotas. Además, va ilustrado con unas fabulosas fotos de Carmen Ballvé y con dibujos realizados por los niños de Nzali. El título del libro alude a la libertad formal de la música de los wagogo: una canción no termina hasta que el intérprete lo decide. Si por ejemplo, alguien canta mientras camina, la canción durará hasta que llegue a su destino, y nunca menos (a mí esto me recuerda a las excursiones escolares, cuando uno podía ir cantando "Una sardina, dos sardinas, tres sardinas y un gato" desde Burgos a Sevilla; por supuesto, la música de los wagogo tiene una calidad y variedad infinitamente mayores que este ejemplo).

Escuchar en vivo a los wagogo es un acontecimiento inolvidable. Lo van a poder comprobar en noviembre los afortunados espectadores de Lyon, París y Ginebra, y, en España, los de Santander (Fundación Botín, 2 de noviembre), Burgos (Foro Solidario de Caja de Burgos, día 11), Navarra (Auditorio de Burlada, día 12), Almería (Auditorio Maestro Padilla, día 16) y Madrid (Círculo de Bellas Artes, día 19). Si pueden ir, lo recordarán toda su vida. Se lo digo por experiencia propia.

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