ÓSCAR ESQUIVIAS. ESCRITOR
OPINIÓN

El barrio de Gabi Beltrán y Bartolomé Seguí

Óscar Esquivias.
Óscar Esquivias.
JORGE PARÍS
Óscar Esquivias.

El escritor Javier Pérez Andújar asegura que un tebeo pertenece más al dibujante que al guionista, y quizá tenga razón: puede que Astérix deba más a Uderzo que a Goscinny, del mismo modo que, en otras artes, Don Giovanni perdura por la música de Mozart más que por el libreto de Lorenzo Da Ponte (aunque sea estupendo) y, en cine, la potencia visual y el pulso narrativo de Buñuel, Berlanga o Billy Wilder a muchos les hace olvidar el trabajo de Carrière, Azcona o Diamond (cuyos guiones, a menudo, rozan la perfección). Respecto a Astérix, he de decir que muchos sentimos que sus aventuras perdieron finura y gracia tras la muerte de Goscinny.

Los guionistas y libretistas se han acostumbrado a ser los padres casi secretos de obras maestras que proporcionan gran fama a otros artistas (compositores, dibujantes, directores e incluso intérpretes, como sucede con muchas canciones).

Hay casos, sin embargo, en los que la presencia del guionista es insoslayable. Un ejemplo lo tenemos ahora mismo en las librerías de España, recién llegado en forma de tebeo. Me refiero a Historias del barrio, escrita por Gabi Beltrán y dibujada por Bartolomé Seguí. La editorial Astiberri ha recogido en un único volumen las dos entregas que, con el mismo título, ya había publicado en 2011 y 2014 (esta última con el subtítulo de Caminos). En conjunto, se trata de una obra maestra de la historieta española que no me canso de leer y contemplar.

En Historias del barrio, el guionista Gabi Beltrán cuenta con detalle su juventud, que transcurrió en los barrios bajos de Palma de Mallorca durante los primeros años ochenta. El protagonista de la historieta (el personaje de Gabi) no tuvo una vida fácil ni alegre: se crio en esas calles pobres, sucias y peligrosas por las que los ciudadanos probos evitan pasear. La Palma que se retrata en este libro está muy alejada de la postal turística o de las fotos del ¡Hola! Es una ciudad en la que los muchachos de catorce años salen a la calle con una navaja y tabaco (es lo único que echan a los bolsillos de su chupa); son jóvenes que beben alcohol, se drogan, roban, se pelean y aprenden muy pronto a sobrevivir con trabajos precarios y chanchullos de toda clase (venden periódicos, llevan clientes a las prostitutas del barrio, cometen delitos). Estos chicos saben que viven en un pozo, pero no se rebelan, no huyen. El barrio, para ellos, es su cárcel y también su refugio.

Gabi Beltrán cuenta episodios íntimos de su juventud, algunos muy dolorosos. Lo hace con verdad y sinceridad, sin énfasis, con sabiduría narrativa y también con mucho encanto, con una mirada comprensiva y piadosa con sus personajes, como si fuera un Dickens o un Galdós del barrio chino de Palma. Hay algo muy conmovedor en las andanzas de estos chavales que se bañan en calzoncillos en el mar o leen entre basura y escombros (lo hace el protagonista, que encuentra en la literatura un motivo para la supervivencia); son muchachos de barrio que escapan de la tristeza de sus hogares para celebrar la llegada del año 1981 y acaban tomando pippermint y bailando con las putas de un burdel, ellas compadecidas de esos chicos jóvenes, tan desenvueltos como desamparados.

El guionista Beltrán ha demostrado en otros trabajos que es también un excelente dibujante, pero en Historias del barrio ha dejado que Bartolomé Seguí pusiera las imágenes a su historia. Seguí lo plasma todo con una admirable naturalidad, con trazo claro y palpitante, lleno de detalles y matices. Sabe acomodarse y potenciar lo que tiene el guion de poético y consigue una obra llena de belleza, de esa misma belleza un tanto desgarrada que podemos encontrar en los versos de Karmelo Iribarren o Ape Rotoma. Porque Historias del barrio, pese a sus episodios tristes, es un libro profundamente delicado, lleno de humanidad y de hermosura.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento