ÓSCAR ESQUIVIAS. ESCRITOR
OPINIÓN

Los viajes polares de Alicia Kopf

Óscar Esquivias.
Óscar Esquivias.
JORGE PARÍS
Óscar Esquivias.

En el Infierno no solo hay fuego, también hielo. Dante describe un gran lago helado en el que están casi sumergidos los castigados por haber sido traidores. Los estragos del frío sobre sus cuerpos son tales que Dante, horrorizado, aborreció ya para siempre las aguas heladas ("onde mi vien riprezzo, / e verrà sempre, de’ gelati guazzi").

Es curioso cuánto se parecen las penalidades que relatan los alpinistas y los exploradores polares a la descripción del canto XXXII del Infierno: cuerpos amoratados, tiritonas (el ruido de los dientes se parece al crotorar de las cigüeñas, dice el poeta), orejas que se desprenden por la congelación…

En el Museo de la Montaña de Turín se expone un ejemplar de bolsillo de la Divina Comedia, muy ajado, que a muchos visitantes pasa inadvertido, pero en el que yo siempre me detengo porque me conmueve mucho: es el libro que la reina Margarita de Italia regaló a su sobrino Luis Amadeo de Saboya, duque de los Abruzos, cuando este marchó de expedición al Polo Norte en 1899.

En aquel viaje, por efecto de la congelación, le amputaron dos dedos de la mano izquierda, pero este inconveniente no le arredró y su expedición sobrepasó los 86° de latitud. Yo me imagino al joven duque (tenía entonces veintisiete años) con su Divina Comedia en la tienda de campaña, oyendo silbar los vientos árticos y, quizá, repasando los versos de Dante en los que describe aquel paisaje infernal tan parecido al que él estaba recorriendo.

Esa misma fascinación por las expediciones polares, con toda su belleza y dolor, también la ha sentido la artista gerundense Alicia Kopf, y es el punto de partida de su primera novela, Germà de gel (L’Altra Editorial, 2016), escrita originalmente en catalán y luego traducida al castellano por la propia autora (Hermano de hielo, Alpha Decay, 2016). Esta novela acaba de ganar el Premio Ojo Crítico a la mejor obra narrativa de un autor menor de cuarenta años.

Como Dante (mutatis mutandis), Alicia Kopf cuenta en primera persona un viaje a ciertas regiones heladas. Se trata de una triple exploración: intelectual (acopia información sobre los polos y las expediciones del pasado, en especial las gestas históricas protagonizadas por Scott, Amundsen y Shackleton), personal (cartografía y analiza su propia vida familiar, académica, laboral y sentimental) y, por último, física: siente la necesidad de acercarse al Ártico y marcha sola –y sin maleta, por una negligencia de la compañía aérea– a Islandia (esto ocupa los últimos y preciosos capítulos de la novela).

Hermano de hielo es una obra con muchos registros (ensayístico, autobiográfico, psicoanalítico incluso). A veces escuchamos a la artista conceptual, preocupada por justificar la presencia de materiales muy diversos que, sin esa elaboración teórica, quizá no tendrían pleno sentido. En otras ocasiones, la narración tiene un aire ágil y desenfadado, como si Roberto Bolaño le dictara la sucesión de peripecias personales o hiciera una de esas listas juguetonas que tanto le gustaban (aquí hay una clasificación de regalos). Otras, encontramos ideas que le encantarían a Enrique Vila-Matas, como la imagen de los osos polares que viajan a la deriva desde el Ártico sobre trozos de hielo y llegan hasta las costas de Islandia.

En esta novela también parece navegar sobre una superficie helada el hermano de Alicia Kopf, hermoso y misterioso, quien padece una clase muy particular de autismo que hace que su voluntad se congele: a veces, si no se le ordena masticar, se olvida de comer, y así le sucede con las acciones más cotidianas e instintivas.

"Nacer me parece como firmar un contrato sin haber leído las cláusulas. Crecer es irlas descubriendo poco a poco. Algunas son maravillosas, otras terribles", dice la narradora. Y de eso trata su novela, sobre lo maravilloso y lo terrible de la vida.

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