ÓSCAR ESQUIVIAS.ESCRITOR
OPINIÓN

Mujeres bigotudas (y muy bellas)

Óscar Esquivias.
Óscar Esquivias.
JORGE PARÍS
Óscar Esquivias.

Hace no tanto tiempo, el vello en las mujeres podía ser también un atributo de belleza y erotismo. Hay quien lo relaciona con los postulados feministas o con el espíritu de rebeldía de las décadas de los sesenta y setenta del siglo XX, pero existen ejemplos muy anteriores y nada revolucionarios (todo lo contrario).

Pensaba en esto hace unos días, al visitar el Museo de Bellas Artes de La Coruña, donde dos cuadros, por estos motivos pilosos, me llamaron la atención.

Uno es el titulado Retrato de señora con mantilla, pintado por Federico Madrazo en el culmen de su carrera y datado en torno a 1880 (la dama en cuestión parece ser Amalia Salaverría, de la que hay otro retrato de Madrazo en el Museo del Prado pintado diez años después, aunque a mí me parecen dos señoras distintas y casi dos pintores distintos también: tanto se puede cambiar en una década). El caso es que la señora de la mantilla, representada con dignidad, simpatía y elegancia, luce con total naturalidad un bigotillo nada disimulado. Si aparece el vello facial en su retrato es, sin duda, porque esta gran burguesa lo consideraba favorecedor (a buen seguro, el lienzo ocupó un lugar principal en el salón de doña Amalia y por allí desfilaron todas las visitas: no todo el mundo podía permitirse pagar un Madrazo).

En el mismo museo hay un Desnudo (1914) típicamente modernista del pintor coruñés Germán Taibo González. Representa a una jovencita tendida lánguidamente, en actitud de abandono sensual, con su blanco cuerpo completamente desvestido (pero rodeada de lujosos mantones de seda, con un gran abanico chinés al fondo, para subrayar el ambiente exótico). En su axila, la muchacha muestra la sombra del vello, sin duda como un atributo más de su erotismo.

¿Qué ha pasado para que hoy sea motivo de risa y burla lo que a nuestros bisabuelos les erotizaba? Muy pocas mujeres se atreverían a aparecer en público como Amalia Salaverría o la muchacha  pintada por Taibo (y las que lo hacen, como Julia Roberts en el estreno en Londres de Notting Hill, con sus poblados sobacos, se arriesgan al escándalo y el reproche públicos). En nuestras ciudades proliferan los llamados "centros de belleza" en los que depilan por completo a hombres y mujeres y los dejan mondos y lirondos, como estatuas griegas (el crítico de arte decimonónico John Ruskin hoy sería feliz: es famosa la anécdota de su noche de bodas, cuando -con veintinueve años- descubrió que las mujeres, a diferencia de las diosas esculpidas en mármol del Museo Británico, tenían vello púbico, lo que le produjo tal repugnancia que fue incapaz de tener relaciones sexuales con su esposa, ni esa noche ni durante los seis años que convivieron, hasta que Effie Gray se hartó y anuló el matrimonio).

En las mismas fechas de los cuadros aludidos arriba, se publicaron en Rusia dos maravillosas novelas. Ambas tienen entre sus personajes femeninos a dos mujeres muy hermosas que se caracterizan por su vello facial. Una es Sofía Petrovna Lijutina en Petersburgo (1913) de Andréi Bely. La otra, quizá se sorprendan, es nada menos que Ana Karénina, la protagonista de la novela homónima de León Tolstói, obra publicada por entregas a partir de 1873. Levin ve un retrato de Ana en casa de Oblonski y queda fascinado: "No era un cuadro, sino una mujer viva y encantadora, de pelo negro rizado, hombros y brazos desnudos y una ligera sonrisa en sus labios sombreados con un delicado vello" (cito la traducción de Irene y Laura Andresco).

Ese "delicado vello" no aparece en las adaptaciones cinematográficas. A Greta Garbo, Vivien Leigh o Keira Knightley las visten con trajes de época y las caracterizan como grandes damas decimonónicas, hermosísimas sin duda, pero los maquilladores se olvidan de incluir el que quizá era uno de los mayores atributos de su belleza: sus suaves bigotes.

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