JOSE ÁNGEL GONZÁLEZ. PERIODISTA
OPINIÓN

Las crónicas del cronista: 'Muerto por un beso'

José Ángel González, escritor y periodista.
José Ángel González, escritor y periodista.
JORGE PARÍS
José Ángel González, escritor y periodista.

“De alguien que no tolera su destino no debes aceptar ni siquiera un cigarrillo”, escribió el poeta Cesare Pavese en sus diarios, un manual para afrontar la vida cuya última entrada es una aparatosa paradoja: “Esto es una mierda. Sólo un gesto, ni una palabra más”. Días más tarde, en el cuarto de un lastimoso, por lo predecible, hotel de Turín, tragó diez cajas de barbitúricos. Tenía 42 años y no era capaz de soportar la depresión. Fue consecuente, algo que no hubiese admitido unos años antes, con el viejo dictado de Heráclito: “El destino es el carácter”.

En el mismo año del suicidio de Pavese, 1950,  el francés Robert Doisneau hizo una de las fotos más universales de la historia y un paradigma de lo antojadizo del destino. Puebla las paredes de más de dos millones de jóvenes del mundo, que es una ventana colectiva a la que todos nos hemos asomado para sentirnos irradiados por la combustión del amor: una chica y un chico veinteañeros -ambos guapos hasta la indecencia- se besan con pasión mientras la vida de París no se detiene. Doisneau mantiene un foco preciso en los protagonistas y deja que el resto del mundo sea de una  vulgaridad nebulosa y precipitada.

Hijo de un fontanero que murió en el fango de la I Guerra Mundial, Doisneau aprendió a hacer fotos con la única ayuda del etiquetado de las botellas de los líquidos de revelado y las cajas de película. Aunque le tocó vivir en tiempos oscuros -la Gran Depresión, las dos guerras- su trabajo está sostenido por la esperanza y el anhelo de una vida mejor. El estilo calmo e iluminado ha sido llamado en ocasiones 'realismo poético', pero él prefería un enunciado más suave: “Me he divertido, he hecho mi pequeño teatro”.

El parte de defunción del fotógrafo, despachado el 1 de abril de 1994, era un embuste. Atribuía la muerte de Doisneau, que acababa de cumplir 82 años, a un fallido tercer baipás coronario y una pancreatitis. Los obituarios citaron otro condicionante: seis meses antes había muerto, con Parkinson y Alzheimer, Pierrette Chaumaison, aquella chiquilla a quien había conocido en 1934, mientras ella atravesaba en bicicleta el verano francés. Él formuló al mismo tiempo dos deseos: hacerle una foto y tenerla cerca toda la vida. Cumplió el primero casi al instante y al segundo se entregó durante sesenta años.

La verdad sobre la causa de la muerte fue anotada por una de las hijas del matrimonio, Anette. Como parece cuadrar con el fotógrafo de los normales, a Doisneau se lo llevó el más frecuente de los gérmenes que nos liquidan: la tristeza de un mundo regido por el resentimiento. En 1988, cuando estaba casi jubilado, llegó a los tribunales Le Baiser de l'Hôtel de Ville (El beso del Hotel de Ville o simplemente El beso), que había tomado en 1950 por encargo de Life para demostrar que París era otra vez patria del amor. Una pareja de pícaros reclamó y pidió dinero porque sostenían que eran ellos quienes aparecían, sin consentimiento, en la imagen. El tribunal exoneró a Doisneau pero en el proceso salieron a la luz los verdaderos protagonistas, Françoise Delbart y Jacques Carteaud, dos actores a quien el reportero encontró besándose y pidió que repitiesen ante la cámara la ceremonia. “Mi buena educación me impedía interrumpir la intimidad del amor”, dijo.

El beso es la pose de un beso”, clamaron los inquisidores, condenando a Doiesnau y su obra por tramposa, olvidando que toda foto callejera es en última instancia la decisión del hombre tras la cámara -el cuadro, la luz, el punto de vista...-. Desoyeron que los chicos vivían besándose: “la foto es un posado, pero el beso fue real”, se cansó de repetir Françoise.

La polémica trastocó la salud de Doiesneau. Durante los seis años que le restaban de vida las querellas y deslegitimaciones le hurtaron la sonrisa. La polémica sobre el posado de la pareja de actores, a los que ni siquiera había contratado y había encontrado, como a todos los protagonistas de sus espléndidas fotos, pateando aceras, puso a algunos críticos y colegas fotógrafos en contra del maestro, tildado de mentiroso y manipulador cuando la mirada de este hombre humilde y tímido se sustentaba en salir al mundo y dejarse sorprender.

La exposición Robert Doisneau: la belleza de lo cotidiano -hasta el 8 de enero en la Fundación Canal de Madrid, entrada gratis- despliega la obra sobre el asombro de los seres humanos a quienes nos consideran ordinarios -“no muestro la vida como es, sino como debiera ser”- de un artista que, por culpa de un beso, vivió feliz y murió amargado.

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