IRENE LOZANO. ESCRITORA
OPINIÓN

El miedo del hombre blanco

Periodista, escritora y política.
Periodista, escritora y política.
JORGE PARÍS
Periodista, escritora y política.

Durante un mitin en Carolina del Norte en diciembre pasado, una niña de 12 años se acercó a Donald Trump y le dijo: "¿Qué vas a hacer para proteger este país?". A lo que él, apuntando con su índice acusador, contestó: "¿Sabes qué, bonita? Tú nunca volverás a tener miedo. Ellos tendrán miedo".

Eso es lo que ha ocurrido. Con la victoria de Trump ellos ahora sienten miedo. ¿Quiénes? No es Wall Street, que enseguida volvió alegre al verde por el que solía. El miedo nunca cambia de bando en ese sentido, pese al eslogan del 15M, el miedo simplemente se extiende. Ahora temen los hispanos, las mujeres, los negros, los judíos, los homosexuales. Muchos liberales, demócratas y conservadores que se sentían reflejados en la idea de una sociedad de oportunidades y libertad relatan auténtica ansiedad por el futuro de su país. El sueño americano se ha convertido en una pesadilla americanista.

Podríamos contentarnos pensando que los electores son como niñas de 12 años. El miedo, ya se sabe, es el sentimiento más fácil de instigar en la naturaleza humana. Resulta tentador pensar en un líder autoritario -que lo es- encantado de atizar el problema y presentarse como solución.

Por desgracia, no es tan sencillo. El hecho desagradable que debemos afrontar es que el miedo al futuro constituye el sentimiento más verosímil para millones de personas en este momento. Para un varón blanco estadounidense, el miedo es un sentimiento particularmente alienante, pues solía ser el hacedor del futuro y no su víctima. La globalización y la revolución tecnológica ofrecen numerosas oportunidades, sin duda, pero mucha gente oye hablar sobre la liberalización del comercio mundial, y se lleva la mano a la cartera: la prosperidad no se ve a su alrededor. La globalización iguala a la baja de momento. Cuando un trabajador de Pennsilvania se pregunta: ¿acabaré cobrando un sueldo como el de un trabajador chino o acabarán los chinos teniendo derechos como los míos?, la respuesta es inequívoca: ya le han bajado el sueldo. Lo que no es incertidumbre es certeza sombría.

Responder a esa desazón apelando al instinto tribal y levantando muros es fácil, pues el rechazo cultural siempre tiene un lugar en nuestro corazoncito: por eso Trump ha desdeñado triunfante lo políticamente correcto para convertirse en políticamente abyecto. Pero sabe que siembra en tierra abonada. A los demócratas les ha robado mucha clientela y todo empeorará cuando Marine Le Pen se la robe a la izquierda francesa en unos meses. La cosa es endiabladamente complicada, pero convertir los viejos enfrentamientos de clase en guerras identitarias, culturales y raciales, no augura nada bueno.

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