Un plebiscito sin urnas ni papeletas. Una consulta sin colegios electorales, ni sindicaturas que controlen el proceso o certifiquen el escrutinio. Un llamamiento unilateral en el que los convocantes se lo guisan y ellos mismos se lo comen. Con la logística reventada por jueces y policías cumpliendo la ley y un "plan de contingencia alternativo" que se antoja de ilusión y fantasía, cualquier parecido que el 1 de Octubre tenga con un referéndum será pura coincidencia.

Aparecerán seguro cajas con ranuras y habrá colas de gente con papeletas que imprimieron en casa. Habrá bulla, griterío y manifestaciones en todos los rincones de Cataluña. Y le llamarán votación aunque no voten y ejercicio de democracia aunque no lo sea. Se supone que nadie quiere incidentes, pero el peligro es enorme.

El soberanismo busca una foto que dé la vuelta al  mundo. Es lo que más les importa. Una imagen que ponga su causa en los tabloides y televisiones de fuera. Algo que llame la atención e incluso alarme en las cancillerías. Que les permita exportar el victimismo y sujetar la ficción y un relato falaz de pueblo oprimido. El domingo 1 de octubre de 2017 no habrá el referéndum prometido. Habrá tensión, provocaciones y mucha gente en la calle. Y todo por una foto, por una maldita foto.