CARLOS SANTOS. PERIODISTA
OPINIÓN

La izquierda fragmentada

Carlos Santos, colaborador de 20minutos.
Carlos Santos, colaborador de 20minutos.
JORGE PARÍS
Carlos Santos, colaborador de 20minutos.

Visto lo visto, la nueva política tendrá que aprender de los nuevos lenguajes, como el informático, que fue el primero en usar un verbo imprescindible: desfragmentar.

- ¿Qué es exactamente desfragmentar?- pregunto a Josto Maffeo, que sabe de aparatos.

- Es poner los clústeres en orden secuencial y no aleatorio, lo que permite mayor rapidez de encuentro a la información. O sea: ordenar esa información de la manera más racional y accesible.

- ¿Sirve para algo?

- Libera espacio y el sistema funciona mejor.

La izquierda española está fragmentada desde mayo de 2011, el mes del 15-M, pero no solo por el 15-M. En las elecciones locales, siete días después, se consumó uno de los procesos políticos más trascendentes de las últimas décadas: la expulsión de la izquierda de los ayuntamientos, iniciada unos años antes. El 22 de mayo de 2011 quedó a la deriva el PSOE, cuya estructura de poder, la red de tentáculos y sismógrafos que lo vinculaba con la España real, estaba precisamente en las instituciones locales, provinciales y autonómicas.

Aunque algún militante con espolones advirtió la raíz del problema (Patxi López, en una reunión del comité federal), el Partido Socialista no ha vuelto a levantar cabeza. Ni Rubalcaba ni el actual secretario general ni quienes han aspirado a ese puesto en ese periodo han ido al meollo de la cuestión: el suyo no es un problema que se solucione jugando a la carta más alta de unas elecciones generales con un candidato voluntarioso, un Gobierno en la sombra y un debate en la tele; es un problema de distanciamiento del electorado en cada comunidad, en cada provincia y en cada uno de los 8.200 ayuntamientos.

La llegada de la izquierda a esos ayuntamientos en 1979 había sido uno de los sucesos más importantes de la Transición. Cuando ganaron las elecciones el PSOE y el PCE, que unos años después montó Izquierda Unida, nadie dedicó un minuto a dudar sobre la conveniencia de los pactos: todo el mundo daba por hecho que la izquierda pactaba con la izquierda, y así ocurrió aquel año y en los treinta y uno siguientes, de la manera más natural.

La expulsión del poder local, en mayo de 2011, fue el principio del fin de esa izquierda tal como la habíamos conocido. Contribuyó Zapatero, con sus erráticas medidas contra la crisis, pero contribuyó también una organización que, al cabo de demasiados años en el poder, se estaba olvidando de dar respuesta a los problemas cotidianos de su electorado. ¿Alguien puede explicar –por ejemplo– que en plena crisis mantuviera vivo un sistema de hipotecas, considerado injusto por el mismísimo Tribunal de Justicia europeo, que dejaba indefenso a quien no podía pagarlas?

A partir de 2011 la izquierda se ha ido fragmentando hasta llegar a la situación actual. Además de los dos partidos clásicos, ha entrado en escena Podemos –al que se agarra IU como un náufrago– con sus tics peronistas y su constelación de organizaciones a cuestas: desde las mareas y los filoindependentistas gallegos de Anova hasta los valencianos de Compromís, pasando por los ecologistas de Equo, los radicales de Izquierda Castellana o el aglomerado de grupos que llevaron a Ada Colau a la Alcaldía de Barcelona.

En ese mismo escenario están ya, desde antes, grupos independentistas y nacionalistas que se apellidan de izquierdas: Bildu y Sortu, los navarros de Nafarroa Bai, los aragoneses de Chunta Aragonesista, los catalanes de Esquerra Republicana... ¿Pueden las alianzas electorales o los acuerdos poselectorales ser un primer paso hacia la desfragmentación de la izquierda? Pueden, pero es difícil y, desde luego, va para largo. Imposible pensar que de un día para otro el PSOE restablezca la relación con sus electores y que quienes están a su izquierda inicien nítidos procesos de fusión, más allá de meras alianzas coyunturales. Imposible imaginar a Pablo Iglesias liderando esos procesos. A él también le gusta jugar a la carta más alta.

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