Para ser un limpiabotas de éxito se necesita educación, limpieza y gusto por el trabajo bien hecho. Manuel Sosa sólo queda satisfecho cuando los zapatos relucen.
La espalda impresa de su mono de trabajo dice: el rey del brillo. Por tres euros dedica un cuarto de hora a limpiar, proteger y dar brillo al calzado de los demás.
El resultado final no es lo único que destaca: llama la atención por la pulcritud de su ropa y las buenas maneras. Los ojos son tímidos y valientes pero, sobre todo, dignos.
Antes era tapicero
En Lisboa trabajó de tapicero hasta que un accidente de coche le dejó secuelas en una pierna. "Parar es morir. Había que seguir con un trabajo más leve".
Aunque no había limpiado nunca un zapato, Manuel, exigente y perfeccionista, supo que podía aprender a ser el mejor.
"¿Sabe dónde está la calle San Roque?" "¿Dónde puedo comprar un buen jamón?" Los despistados le preguntan como si fuera un punto de información.
Tras tanto tiempo en el mismo lugar, resolviendo dudas, nota cambios: "Hay palabras que se están olvidando: pocos dicen ya por favor, gracias, buenos días. Parece que ya no es importante".
A pesar de la brusquedad de algunos, la amabilidad es la filosofía de Manuel. Le gustan los demás: "El limpiabotas habla con todo el mundo: desde mendigos a millonarios. Conozco de todo y eso es muy bonito".
Tal vez por eso hay hasta ilustres que bajan del coche con sus guardaespaldas sólo para que Manuel dedique 15 minutos a repasarles los zapatos.
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