Entre prisas y periodistas nerviosos, con presencias destacadas pero también ausencias imperdonables, el cine español empezó su calendario festivo (ya saben, hasta el 13 que serán los Goya) con la fiesta de los candidatos a los premios del cine español.

Pero que nadie espere grandes galas (que también las hubo), mucha fiesta y despelote: la cita, más que nada, era profesional. Apenas unas decenas de personas se reunían, en una soleada pero fría mañana madrileña, en la Puerta del Sol. Y extraña, o eso se supone: muchos de los grandes nombres de nuestro cine (Luis Tosar, Belén Rueda, Iciar Bollaín, Álex de la Iglesia...) estaban presentes, pero ni por esas.

Con la fiesta de los candidatos pasa lo mismo que con las películas españolas: que a la gente le suenan, pero que luego no va a verlas. Ni aunque sean gratis, como era el caso. Quizá por eso, y por que es muy listo, Álex de la Iglesia empezó pidiendo perdón. Dejando claro que allí había mucho esfuerzo, mucho trabajo común, y mas sacrificio del que la gente se cree, pero pidiendo perdón. Porque la cifra de espectadores ha sido, durante todo 2010, ridícula.

Porque, con excepciones contadas, la industria y el publico caminan por aceras opuestas. Y porque, lamentablemente, muchas veces se habla mas de subsidios, ayudas y leyes Sinde que de películas. Eso quiso también dejar claro el presidente de la Academia: menos pedir y llorar, que a todos nos va muy mal, y mas curro. De momento, y hasta que lleguen los premios, los Goya servirán para algo. Para que se reestrenen buenas películas, como Pa negre.

Para que, aunque sea de coladillo, estupendos trabajos como los de Emma Suárez en La mosquitera, las dos protagonistas de Una habitación en Roma o todo el equipo de También la lluvia sean comentados por la gente. Y para que, hasta dentro de unos días, la gente especule sobre quien se llevará los premios. Javier Bardem, Elena Anaya, Luis Tosar o Alex de la Iglesia pueden subir a recoger un premio. Profesionales valorados, y mucho, fuera de nuestro país. No seamos obtusos, contemplemos sus trabajos, valoremos educadamente sus méritos y, sin sacar las cosas de quicio, dejemos que se premien entre ellos y vivan sus jornadas festivas.