«Su trayectoria no deja de remitir a una cultura de sangre, sobre la que le había iluminado su paisano Federico García Lorca, que hizo compatible con la innovación técnica y con la persecución de un insólito lenguaje de temblores». Así define el comisario Eugeni Bonet el trabajo de José Val del Omar, ese artista iluminado y visionario a quien por fin se le rinde en España un merecido homenaje.

Incomprendido hasta casi sus últimos años, cada vez con un mayor número de seguidores, la pasión creativa de Val del Omar (Granada, 1904-Madrid, 1982) fue inagotable e incesante, «sin fin» como él mismo solía poner al término de sus películas. Perteneció a una generación de artistas con aspiraciones truncadas a causa de la guerra civil (Lorca, Cernuda, Zambrano...) y vivió a caballo entre lo artístico y lo tecnológico.

Por un lado, desarrolló una carrera cinematográfica ligada a lo experimental en la que encontramos joyas como el Tríptico elemental de España —compuesta por Aguaespejo granadino (1953-1955), Fuego en Castilla (1958-1960) y Acariño galaico (1961/1981-1982/1995)—, cuyas dos primeras partes cosecharon éxito en los festivales de Berlín y Cannes pero que aquí se vieron como excentricidades. Por otro, se convirtió en un incesante investigador en el campo de la imagen y el sonido, que anticipó conceptos como el desbordamiento apanorámico de la imagen, la visión táctil o el sonido diafónico.

Además, al más puro estilo de «profesor chiflado» ideó diversos dispositivos ópticos, mecánicos y electrónicos en su laboratorio PLAT (siglas de Picto Lumínica Audio Táctil) en el que pasó recluido los últimos años de su vida. Una oportunidad de oro para descubrir a unos de los personajes más interesantes de nuestra cultura.

DESBORDAMIENTO DE VAL DEL OMAR. Museo Reina Sofía (Madrid) / Hasta el 28 de febrero