Se acabó. Ya no volvería a hacerlo. Los afortunados asistentes al concierto del Carnegie Hall de Nueva York, el pasado 26 de febrero, fueron los últimos en ver a Iggy Pop lanzarse sobre el público. Fue su respuesta a la ausencia de complicidad por parte del respetable: esta vez, nadie acudió a sostener su fibroso cuerpo. Y cayó, golpeándose violentamente contra el suelo. Ya no volvería a hacerlo.

Las declaraciones del mito, hechas públicas esta misma semana, suponen más de lo que en un principio cabría pensar. Al fin y al cabo, fue Iggy Pop quien popularizó el llamado stage diving. También actitudes absolutamente inéditas hasta que apareció él: durante sus conciertos, se cortaba con botellas rotas, se untaba con mantequilla de cacahuete y carne cruda, se peleaba con sus propios fans, los insultaba desde el escenario, mostraba sus genitales... y los asistentes asistían perplejos al espectáculo. El rey del escándalo. El apóstol salvaje. El ejemplo más ilustrativo de lo que debe transmitir sobre las tablas una estrella del rock: carisma. En su caso, revestido de peligrosidad y hedonismo salvaje.

Descendiente de inmigrantes noruegos, James Newell Osterberg Jr. creció en un parking de caravanas de Míchigan (EE UU). Pese a que sus primeros pasos en la música lo situaron detrás de una batería poniendo la base rítmica a The Iguanas, una banda que montó con compañeros de instituto y de la que obtuvo su alias, el destino le había reservado un lugar de excepción con el micro en la mano. Tenía madera, hasta el punto de que, en el colegio, sus compañeros de clase lo eligieron The Most Likely to Succeed (el más indicado para triunfar). No andaban desencaminados.

La semilla del punk

Expertos, enciclopedias y la propia cultura popular coinciden: el punk nació en 1977, en Londres, y de la mano de los Sex Pistols. Al fin y al cabo, ellos popularizaron la ética y la estética del género y escandalizaron a toda una sociedad con su pose, sus letras y su desparpajo. Y sin embargo, la semilla había sido plantada una década atrás.

A Iggy Pop nunca parecieron importarle los términos o las modas: el primitivismo de sus canciones y lo catártico de su puesta en escena venían de serie. Y quiso sacarles partido. Junto a los hermanos Ron y Scott Asheton y su amigo Dave Alexander fundó en 1967 The Stooges (Los Chiflados), con el único propósito de hacer ruido. No eran grandes intrumentistas, apenas sabían tocar. Pero tenían dos virtudes: talento y rabia.

Detroit, cuna del garage más infeccioso, vivía en 1968 días dorados. En plena explosión de los movimientos juveniles revolucionarios a nivel mundial, la ciudad del motor rugía al ritmo de bandas como MC5, que escupía sus proclamas políticas sobre la base de un rock and roll frenético. Los Stooges llegaron a tocar con ellos, y como es habitual en la historia del rock, entre el público de uno de sus conciertos se encontraba un hombre que cambiaría su destino al ofrecerles un contrato discográfico: era Danny Fields, de Elektra Records, quien años más tarde se convertiría en el manager de los Ramones.

Ninguno de los dos primeros discos de los Stooges para Elektra –el homónimo debut y Fun House–, obtuvieron un éxito comercial significativo, y la banda se separó, con un Iggy sumido en el pozo de la heroína. Pero casi siempre hay una nueva oportunidad.

Iguana conoce camaleón

Se habían conocido en un bar de Kansas City en 1971. Y conectaron. La relación entre Iggy Pop y David Bowie no sólo posibilitó un tercer disco de los Stooges, Raw Power (que tampoco alcanzó las ventas esperadas), sino que fue clave en la decisión de Pop de volar en solitario. Y lo hizo lejos, muy lejos. Rumbo a una Alemania del Este donde, con la ayuda del más camaleónico de los músicos, creó la llamada "trilogía de Berlín". Llegó el éxito. Llegó The Passenger, llegó Lust for life, llegó el Iggy más mediático. Pero sobre el escenario, su política no cambió ni un ápice. Hasta la fatal caída de Nueva York del pasado febrero.

Tras cuatro décadas de carrera prolífica, por momentos irregular y puntualmente soberbia, Iggy volvió a reunir en 2003 a sus Stooges. Sin el guitarrista Ron Asheton, fallecido en enero del año pasado, la banda llega el próximo 30 de abril a Madrid. Será su único concierto en España. A sus 63 años, recientemente nombrado miembro del Rock and Roll Hall of Fame y a punto de estrenarse un biopic sobre su vida que protagonizará Elijah Wood, Iggy no piensa en retirarse. Al fin y al cabo, verle en directo sigue siendo un espectáculo en el que puede ocurrir cualquier cosa. Y la incertidumbre asusta. Pero como él mismo dijo una vez: "Si no aterrorizase a la gente, no sería Iggy Pop".

Atolladero. Óscar Aibar dirigió una de la más extrañas y descabelladas películas del cine español reciente. Iggy Pop protagoniza un western futurista, adaptación del cómic homónimo, que se ha ganado el estatus de filme maldito, en parte por la muerte del actor Félix Rotaeta durante el rodaje. * Atlanta Films. 25 euros (VHS).

Raw Power. El tercer trabajo de los Stooges, grabado en 1972, fue, como sus dos anteriores discos, un fracaso comercial. Sin embargo, no tardaría en ser reivindicado como la piedra angular del protopunk. Un artefacto incendiario, plagado de himnos salvajes como Gimme Danger o Search and Destroy. Imprescindible. * Columbia Records. 5,95 euros.

Open up and bleed. El editor de la revista Mojo, Paul Trynca, se embarcó en la tarea de escribir la biografía del mito. Acompañada de docenas de fotos inéditas, la obra recorre la singular vida de Jim Osterberg, tanto dentro como fuera del escenario. Aún no ha sido traducida, por lo que saber inglés es imprescindible. * Little brown. 12,75 euros.