Juan Diego Botto: "Hablaban de refundar el capitalismo, pero todo sigue igual"

  • Protagoniza 'Las viudas de los jueves', que se estrena el viernes.
  • La película retrata a la clase alta argentina los días previos al corralito.
  • Botto reflexiona sobre la crisis y la respuesta de políticos y ciudadanos.
Juan Diego Botto en una imagen de archivo.
Juan Diego Botto en una imagen de archivo.
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Juan Diego Botto en una imagen de archivo.

El violento y oscuro personaje que encarna en Las viudas de los jueves tiene muy poco que ver con el Juan Diego Botto real: un tipo extremadamente agradable, de voz apacible, discurso comprometido y verbo fluido.

¿Qué pensó cuando leyó el guión?

Me lo mandó el productor, Gerardo Herrero, y en cuanto lo leí le llamé. Me encantó, y además me parecía el momento perfecto para contar esta historia. Ahora ya tenemos la suficiente perspectiva para hablar de la crisis argentina, y además, en ese momento, estalló la crisis financiera internacional y parecía que todo iba a venirse abajo.

¿Qué sabía de esa clase alta argentina?

Sabía de su existencia, pero no conocía personalmente a nadie que viviera allí. Fue preparando la película cuando me adentré un poco en ese terreno. Era muy interesante saber que la novela en la que se basa la película no gustó en esos ambientes, y era al hablar con ellos, cuando te descalificaban el libro, cuando te dabas cuenta de lo bien retratados que estaban. Lo más paradójico es que, justo junto a su mundo idílico, a su paraíso artificial, hay gente viviendo en chabolas, en casas de chapa y plástico.

¿Cómo lo explica?

En Argentina hay una clase alta muy potente, pero también una miseria enorme. Cuando estalló el corralito nos llegaban imágenes de los niños de Tucumán, muertos de hambre... Es increíble que en un país con tanta riqueza pase eso. Allí y en muchas otras partes. De Argentina conocemos la parte más cosmopolita, Buenos Aires, las universidades y a gente de clase media, pero no tanto a los personajes del menemismo. Esos con los que parecía que el país crecería sin fin, pero a base de disparates.

¿Se esperaba la crisis de 2001?

No. Era raro tener una moneda más fuerte que las europeas, la paridad con el dólar, que todo fuera tan caro, pero era imprevisible que el país entrara en bancarrota y se quedaran con el dinero de la gente. Tuvo una parte muy dolorosa, pero también algo positivo: la sensación de comunión, unidad y pelea común de la gente. Y eso no partió de los políticos, sino de los ciudadanos.

¿Queda algo de todo eso?

No mucho. El ejemplo más claro está aquí: hace un año se hablaba, en medio de la crisis, de refundar el capitalismo, y hoy los bancos siguen ganando un montón de dinero y todo sigue igual. En Argentina el cambio fue más profundo, trajo movimientos interesantes que, al menos, repercutieron en los primeros cuatro años del gobierno de Néstor Kirchner, que fueron buenísimos. Pero después pasó lo de siempre: que la cabra tira al monte.

Más que un problema determinado de un país, ¿no es algo inherente al ser humano?

Hay que pelear. Los pobres no lo son porque lo merezcan, sino que tenemos la obligación moral de ver que no todo es tan sencillo y de construir un mundo más igualitario. Los personajes de la película se creyeron el cuento de que tener una casa y un coche grande, una mujer muy linda, era la felicidad, pero cuando el modelo se derrumba se dan cuenta de que no tienen nada en realidad. Es algo habitual en el cine, en la dramaturgia, pero también resultado de un modelo de sociedad que hemos construído. Es responsabilidad de todos ponerle coto a esa ley del más fuerte, pero no será fácil.

¿Debe el cine proponer esos cambios?

Su primer compromiso es no aburrir: una vez logrado eso, creo que puede y debe poner un espejo frente al espectador para hacerle reflexionar. ¿Cambiará eso el mundo? No, pero todo lo que genera un debate y nos hace pensar ayuda a que disfrutemos más del arte y saquemos un provecho.

Le hemos visto manifestarse contra la guerra de Irak o a favor del juez Garzón. ¿Por qué?

Porque soy un ciudadano cualquiera. Nadie destaca que un electricista colabore con una ONG, o que muestre sus opiniones políticas en una manifestación. Los ciudadanos tenemos el derecho y el deber de preocuparnos por nuestro entorno, y nunca le diría a un electricista que no tiene derecho a hablar o que no está legitimado. Deberíamos tener una sociedad donde las opiniones sean respetadas, que se confronten las ideas y se argumenten y dialogan. Descalificar o insultar no contribuye a mejorar la sociedad. No comparto las opiniones de, por ejemplo, los manifestantes contra el aborto, pero hacen muy bien en mostrarlas. Debería valorarse que los ciudadanos inviertan su tiempo libre en manifestarse y preocuparse por lo que les afecta.

Considerando la situación actual de España, ¿cómo recibirá la película?

Les resultará muy interesante. La cinta habla de la debilidad humana, y nada de los que les pasa a ellos nos es completamente desconocido. Todos tenemos una parte de fingimiento, tratamos de deslumbrar a los demás con algo... Todos podemos identificarnos con estos personajes. Yo también pensaba que los cambios serían más profundos, pero se limitaron a poner tiritas. Nada ha cambiado. Pero eso también puede encerrar reflexiones interesantes, como que falta una propuesta alternativa.

¿Un problema de los políticos o de los ciudadanos?

Algo que abarca y todos los frentes. Es un problema político, ideológico y moral, en el que los medios de comunicación también juegan un papel importante. Cuando, durante décadas, vendes que así conseguiremos el paraíso, es muy difícil ahora hacer cambiar de pensamiento a la gente.

BIO. Nació en Buenos Aires en 1975. Su padre fue uno de los treinta mil desaparecidos en la dictadura. Ha optado a cuatro Goyas.

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