Según quien sea usted

Les veo en el patio de mi casa repintando las fachadas, doce pisos por encima del suelo.
Les pregunto por qué no llevan arneses o casco, o las dos cosas juntas y alas. Les preparo un té que ellos beben colgados, o más bien acodados en el alféizar de mi ventana, en el séptimo, pero por fuera.

Chapurreo con ellos un poco de árabe, un poco de inglés, un poco de nada, y mucho movimiento de manos para que me entiendan.

Les advierto de que las normas de seguridad, etcétera, casi a gritos, a medida que se descuelgan los unos o se alzan los otros, tirando de la cuerda que inclina, maldita sea, el andamio, mientras ellos sonríen, nerviosos, y no saben de dónde agarrarse.

Les deseo suerte y hasta mañana, y luego voy y me confundo, porque a Vanesa Sánchez, de 22 años, no volveré a verla, ni tampoco a su compañero Miguel, que ¿cómo se va a ganar la vida a partir de ahora? mientras los gordos, miserables patrones de la construcción, nos la siguen jugando a todos o, bueno, según quien sea usted, y los tribunales, tan calmos.

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