Tener (o no tener) papeles

Tres cuartas partes de los que lo solicitaron, más de 100.000, han regularizado su situación en Catalunya. Otros, no tuvieron suerte y siguen aquí en la clandestinidad
«Ahora tengo papeles y puedo ir a ver a mi madre a Paquistán»
«Ahora tengo papeles y puedo ir a ver a mi madre a Paquistán»
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«Ahora tengo papeles y puedo ir a ver a mi madre a Paquistán»
Saima y Faheem son de Paquistán pero el pequeño Sahad es catalán (aunque todavía hable en su propio idioma). Antes de llegar aquí estuvieron viviendo en Chipre. Saima estudiaba MBA (Administración de empresas) y Faheem trabajaba en la confección. Hace dos años y medio vinieron a Barcelona.

No les costó mucho adaptarse, sobre todo porque venían de una ciudad culturalmente parecida a Barcelona, y porque estaban los dos juntos (luego nacería Sahad),  pero reconocen que tener papeles les ha cambiado en confianza porque pueden ir a todas partes sin problema. Y ya se han acostumbrado a las motos de Santa Coloma.

Nada más llegar, Saima se inscribió en un curso de castellano para hacerse entender y también porque quiere seguir estudiando. Le encanta cocinar para sus amigas españolas platos de Paquistán.

«El año que viene traigo a mis hijos»

Los papeles le dan la «tranquilidad de ir por la calle» pero, sobre todo, un contrato tras más de dos años trabajando en negro en Barcelona. Lidia Ureña, boliviana de 33 años, decidió cambiar su puesto en un banco, donde «ganaba dinero sólo para ir tirando» por fregar suelos con lo que saldar así una deuda. Su idea era quedarse un año pero la perspectiva del proceso de regularización la llevó a probar suerte. Y la suerte le sonrió.

Ahora piensa en traer el año que viene a sus hijos de 5 y 2 años y, a lo mejor, convencer a su marido de que se venga. Mujer optimista, espera que los papeles sean el trampolín para «hacer cursos, prosperar y ganar más». Su objetivo es estar dos años más en  Barcelona pero no descarta estabilizar su vida. La pena es que aquí no llueve como en su Cochabamba. Marta rodríguez

«Es desesperante, yo sólo quiero trabajar»

Es una de los muchos extranjeros que ha sufrido en propia piel la codicia de empresarios sin escrúpulos. Al llegar, hace un año, encontró un trabajo de limpieza, que pronto pudo cambiar por otro de comercial puerta a puerta. Le prometieron que le darían papeles y trabajó para ellos un mes. No le pagaron, convencidos de que no se atrevería a denunciarles. Pero lo ha hecho: «Quiero dar la cara para que no se aprovechen de la gente inmigrante», dice, guerrera, L. C., boliviana de 42 años que en su país regentaba una boutique de ropa.

Al no tener dos años de residencia no pudo acogerse al proceso de regularización, pero no se da por vencida: «Venir a un país y volver sólo con el pasaje es fracasar y yo no me voy a considerar una fracasada». Ahora vuelve a trabajar, en negro, claro. Elena Sevillano

«‘Tienes papeles’ son las palabras mágicas»

Hicieron todo lo correcto al llegar: se empadronaron, pidieron la tarjeta sanitaria, escolarizaron a su hijo... Sólo les faltaba trabajar. «Me llamaban dos o tres veces cada semana, y me pedían que les volviera a llamar cuando tuviera papeles», dice Eva, argentina de 24 años. Dejó su país con su marido y sus dos hijos  (4 y 1 años) cuando los dos se quedaron en el paro. A sus jefes no les gustó que se quedara embarazada y le hicieron mobbing hasta echarla. A Juan lo despidieron de la multinacional de hipermercados en la que llevaba cinco años trabajando.

«Preferían contratos temporales», recuerda Eva. Con la indeminización compraron los billetes y han ido tirando gracias a trabajos eventuales en negro. Ahora un empresario les ha hecho una oferta de trabajo en firme. Sólo queda esperar. E. S.

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